Ultra es un preposición latina que significa «más allá». Cuando los límites del mundo conocido estaban entre la ultima Thule de Séneca y Cádiz, el finis terrae del sur, Hércules colocó sus columnas en el Estrecho con la leyenda non plus ultra: «no más allá», o más allá solo hay monstruos. El emperador Carlos arrebató el non a las columnas, porque ya sí había más allá.
A lomos de la preposición ultra han cabalgado desde los ultramarinos a los ultraísmos, pasando por los rayos ultravioleta, toda suerte de ultramontanos y ultramontanismos y las propias «memorias de ultratumba» de Chateaubriand. Hasta «ultraje», que nos vino del antiguo francés outrage, guarda en su rebotica el específico ultra (en cuanto que, cuando alguien ultraja, va «más allá» de los límites de lo tolerable), y lo mismo la locución «a ultranza», que significa «a muerte», y por tanto «hasta el extremo». Todas ellas encierran un no sé qué de exceso y extremismo; todas indican que algo o alguien «se ha pasado» un poquito.
A la misma especie pertenece la ultracorrección. Porque hasta corrigiendo es posible «pasarse». La ultracorrección ha dado origen a curiosos resultados. Pues, como ya cantaba don Mendo,
«el no llegar da dolor,
pues indica que mal tasas
y eres del otro deudor.
Mas ¡ay de ti si te pasas!
¡Si te pasas es peor!».
De algunas de esas «pasadas» hablaremos en días sucesivos.