Testículo - Oportet Editores

Testículo

29 octubre, 2012

Testículo

Nadie ignora el significado de testículo, y no vamos a repetir aquí la definición del DRAE, que se extiende en una declamación sobre gónadas, secreciones y espermatozoos. El Diccionario secreto de CJC es mucho más sucinto y expresivo: ‘Cojón’. Ambos, como no podía ser menos, coinciden en la etimología. Pero ahora, inversamente, mientras el DRAE se contiene mucho en los términos de su modestia y anota simplemente: ‘del lat. testiculus’, es el secreto el que se explaya: «Del latín testis, -is, plural testes, -ium, o del diminutivo testiculus, que Nebrija traduce por ‘cojón pequeño’, ciñéndose, con demasía que le conduce al error, al pie de la letra, ya que desde el médico Cornelius Celsus, s. I, significa ‘cojón’ sin señalamiento de tamaño».

Ya queda dicho. La demasía que «conduce al error» a Nebrija se debe a que, en efecto, la terminación latina -culus es de diminutivo, y como debajo está testis, ‘testigo’, Plauto pudo permitirse juegos de palabras que sin ninguna duda arrancarían la carcajada del público. Así, en Anfitrión (v. 824), que ha sido suplantado en la cama por el propio Júpiter, Alcmena, ante la negativa de su marido a reconocer que ha pasado la noche con ella, pone por testigos a los propios testículos de Anfitrión: Mihi quoque adsunt testes, qui illud quod ego dicam adsentiant. («También yo tengo testigos, que pueden confirmar mis palabras»); y en El Gorgojo (v. 31), el esclavo Palinuro —que, con toda seguridad, los señalaría al decirlo— le aconseja a su joven amo Fédromo: Quod amas amato testibus praesentibus («Si haces el amor, hazlo con los testigos presentes»).

Tal vez esté aquí la fuente de un malentendido que, atribuyendo a testículo el significado pseudoetimológico de ‘testiguillo’, generó la tradición de que los testigos juraban por sus testículos; o tal vez porque eran dos, ya que de antiguo sabemos que «un testigo solo no es entera fe», como aseguraba Celestina (auto VII), recogiendo una vieja doctrina de la Biblia: «Un solo testigo no vale contra uno en cualquier delito… En la palabra de dos o tres testigos se apoyará la sentencia» (Dt 19,15; el evangelio la reproduce en Mt 18,16; Jn 8,17, y vuelve a aparecer en las cartas paulinas: cf. 2Cor 13,1 o 1Tm 5,19). También Covarrubias se hace eco de esa discutible etimología y define testículos como «los compañones, y juntamente se llaman testigos. Marcial, hablando con equivocación in Amillum, lib. 7, epig. 61, Reclusis foribus, etc., Illud saepe facit, quod sine teste facit». Alude Covarrubias al epigrama de Marcial 7,62, cuyos dos últimos versos, jugando como Plauto del vocablo testis, podrían traducirse así:

Quien quiere dar por el culo
sin que lo sepan, Amilo,
suele arreglárselas siempre
para hacerlo sin testigos.

Pero es el caso que la palabra latina testis tiene dos acepciones: la que significa ‘testigo’, y la que, sobre todo en el plural testes, significa directamente ‘testículos’. Plinio y Columela, que escribieron de historia natural, del campo y de los árboles, usaron testes directamente con el significado de ‘testículos’, sin juegecitos ni paronomasias. De ese modo, toda la tradición de los testigos no parece ser más que una leyenda, aunque altamente aprovechable para el humor semántico. Y así, CJC recoge los testigos de Covarrubias y, bajo la entrada testigo de su Diccionario secreto, escribe: «Del latín testis y el castellano antiguo testiguar; es metáfora funcional (los cojones atestiguan la virilidad, ‘no entran, pero dan fe’)».

Al ser una palabra secreta, su frecuencia de uso escrito hasta el siglo XX estuvo muy limitada a textos técnicos de cirugía (se conserva una Traducción de la Cirugía Mayor de Lanfranco, de finales del siglo XV), tratados de anatomía, biología y zoología, manuales de higiene, o libros tan singulares como el Examen de ingenios, del médico navarro Huarte de San Juan, que acabó incluido en el Índice de libros prohibidos de 1583 y tanto le gustaba citar a Unamuno en la Vida de don Quijote y Sancho. La palabra afloró en textos más o menos licenciosos del siglo XVIII; así, en el Arte de putear o Arte de las putas del Moratín padre, podemos leer:

…aquella a la cabeza, estas al culo,
con la una mano y grande disimulo
te toma los testículos en peso
y al verte absorto con el rabo tieso
dirige a tu bolsillo esotra mano
y de raíz te arranca si no aprietas
con tus manos las suyas y sus tetas (II, vv. 395-401).

Y su hijo Leandro, en una carta a su amigo Juan Antonio Melón, de principios de 1794, le escribe con su habitual ironía: «Dirás al Galo que me complazco de su paternidad, que estoy persuadido de la pesadez de sus testículos y, por consiguiente, no extraño que jamás me escriba una letra» (Correspondencia, en OC I, Bibliotheca Aurea, 2008, pág. 1225).

Aunque quizá ningún par tan aireado como los del caluroso padre de Abu’l Hassán, mercader, que pudimos apreciar en la traducción de Blasco Ibáñez de Las mil noches y una noche: cuando dormía la siesta, «en la época de los calores…, un esclavo desempeñaba las funciones de darle aire con un abanico, abanicándole con respeto los testículos especialmente. Pues mi padre tenía los testículos sensibles al calor, y nada le hacía tanto bien como la brisa del abanico» (noche 816). Hay para preguntarse cuántos mercaderes merecerían hoy flagelo mejor que flabelo.