Edward Hopper pudiera haber imaginado este encuadre, pero la fotografía no refleja una habitación de hotel o una estación de gasolina, es decir, uno de esos lugares estadounidenses pintados en sus cuadros donde la soledad humana se hace muy patente.
La imagen muestra un escenario desolado. No hay un tren que llegue a ningún sitio o se marche hacia la nada o se detenga inmóvil como un segundo eterno.
Quien está detenido desde hace varios lustros es ese silo inútil, vertical y vacío, altivo y oxidado, que ya no almacena otra cosa sino olvido.
Un silo abandonado que se yergue en el borde de un pueblo también abandonado.
¿Cuándo llegará a este lugar inexistente ese viajero intrépido que pregunte por una dirección, que busque las huellas de un edificio desaparecido, que indague en un rumor, un eco, un nombre, un aleteo ―aunque sea lejano― de vida?
La presencia metálica del silo es la única afirmación de vida en este paisaje desolado.

Hábil fotógrafo, que capta la majestuosidad de esa cigüeña.
Hábil escrutador de la realidad, que capta ese pequeño detalle en el inmenso escenario que muestra la fotografía.
El silo de Tejares, que no almacena otra cosa que olvido, dice Izquierdo, y en esa frase resume una buena parte de la Casrtilla vacía y se delata como lo que es, aparte de un estupendo fotógrafo, poeta.
Muchas gracias, señor duque, por sus gratificantes palabras. Ciertamente, me delato como lo que creo que soy, un poeta.
En materia de fotografía sólo me siento un simple aficionado que, después de muchos años de ejercicio, de vez en cuando obtiene una foto aceptable.