Para su rincón, las lenguas romances en general bebieron en el angulus latino: así el angle francés (y hasta el inglés), o el àngolo italiano. El latín cuneus dio coin en francés, y más de un francesito sigue todavía dans son petit coin. Curiosamente, por esa línea quebrada del antiguo francés escoinz, se nos quedó en hispanas tierras un esconce, que aparece en Calderón (Casa con dos puertas, v. 1548) y que llegó hasta Pereda y doña Emilia Pardo Bazán.
Rincón, ángulo. También nosotros tenemos un ángulo famoso que, aun oscuro, fue ennoblecido por un arpa silenciosa y cubierta de polvo, y no sabemos si sigue aguardando la mano de nieve que arranque sus notas. El «ángulo» fue un lugar privilegiado para el libro, y así, el autor de la Epístola moral a Fabio aseguraba que
«Un ángulo me basta entre mis lares,
un libro y un amigo, un sueño breve,
que no perturben deudas ni pesares» (vv. 127-129).
Pero el rincón hispano, en cambio, nos vino del árabe hispánico rukán, que procedía a su vez del árabe clásico rukn. No es extraño que las armas de los bisabuelos de don Quijote estuvieran «olvidadas en un rincón», puesto que su autor, Cide Hamete Benengeli, fue un historiador arábigo.
Pues bien, reservaremos este ángulo, rincón o incluso esconce para dar un saludo de bienvenida a las palabras, arrinconadas o no, y semana tras semana iremos contando sus pequeños azares y aventuras.