Rampa - Oportet Editores

Rampa

20 agosto, 2012

Hace unas semanas vimos la contaminación de arramblar y prometimos exponer la de rampa. Subamos, pues, hoy a nuestra rampa.

El DRAE da dos acepciones de rampa. La primera, ‘calambre de los músculos’, hoy está prácticamente olvidada, y su origen se remonta al gótico o franco *kramp, que el mismo diccionario relaciona con el antiguo alemán kramph, el inglés cramp y el francés crampe. Es esta acepción la que recoge el Diccionario de Autoridades, que desconoce la segunda, y su definición es la siguiente: «Lo mismo que calambre. Es voz provincial del reino de Murcia. Lat. Nervorum stupor, torpedo». Pero no la avala ninguna autoridad. Y es que, en esta acepción, es prácticamente inusitada en toda nuestra literatura. Descubrimos un caso aislado, tanto más llamativo cuanto más excepcional y sobre todo cercano, al final del capítulo primero en la nueva edición de Si te dicen que caí. Ahí escribe Juan Marsé: «Fue como si de pronto le diera un calambre terrible… Pensó que al pobre le había dado rampa en la pierna» (Cátedra, 2010, pág. 155).

La segunda acepción, la de ‘plano inclinado dispuesto para subir y bajar por él’ o ‘terreno en pendiente’, es la que todos conocemos y nos vino del francés rampe, derivado del antiguo ramper, ‘trepar’, que hoy significa ‘arrastrarse’, ‘reptar’ o ‘deslizarse’. Ya a finales del siglo XVIII podemos rastrearla en Jovellanos, que la usa no menos de diez veces en sus Diarios, y antes aún, en un Plan General de mejoras propuesto al Ayuntamiento de Gijón, de 1782, escribe: «Uno de ellos es el monte de Santa Catalina, que pudiera coronarse con dos filas dobles que empezasen desde la rampa que sube del muelle a la Casa de las Piezas…». En el siglo XIX la literatura se familiarizó con ella. Y así, en las primeras páginas de El doctor Centeno, de Galdós, vemos a Miquis y Cienfuegos subir «por las rampas del Observatorio». Será frecuente en las Figuras de la Pasión del Señor, de Gabriel Miró (1917).

Pero otra vez una contaminación ha ocasionado el vulgarismo rampla, oído cuando menos en Castilla, León y Andalucía; también en Argentina y Venezuela. Quizá ande por ahí ramplón de nuevo, y será obligado hacerle una visita.

Del francés ramper derivó rampant, aplicado al animal ‘con las garras adelante, en actitud de trepar’, y de él nuestro heráldico ‘rampante’, que el Diccionario de Autoridades define de este modo: «En el blasón se aplica al león que está en el campo del escudo de armas, con la mano abierta y las garras tendidas, en ademán de agarrar o asir». Como nunca se olvidó el subyacente trepar, Italo Calvino hizo trepar a su barón a los árboles para no bajar jamás, salvo en el momento de ascender al cielo. Su epitafio es tan lacónico como expresivo: «Vivió en los árboles, amó la tierra, subió al cielo».

Conozco una lectora que, bien aconsejada, ha comenzado a leer El barón rampante: no se arrepentirá. Sé de un hombre —si en el cuerpo o fuera de él no lo sé, solo Dios lo sabe— que concluyó así cierto libro: «Dicen que el cielo está arriba, tal vez porque Jesús de Nazaret ascendió desde un monte y el barón Cósimo Piovasco de Rondó subió desde los árboles…». Tampoco él pudo sustraerse a la melancolía del rampante barón.