La segunda acepción del DRAE nos dice que quieto significa ‘pacífico, sosegado, sin turbación o alteración’. Es exactamente el significado que tenía la palabra latina quietus, de donde procede. Un río de agua mansa era quietus; un aire en calma virgiliano era quietus (de donde quizá Cervantes heredó los vientos quietos de su Galatea, y Góngora los quietos soplos de un romance); un sermo quietus era para Cicerón un lenguaje reposado, y Tácito vio a los soldados quietos en la noche cuando el enemigo los sorprendió dormidos. Raimundo de Miguel sugiere que Nemesiano utilizó quieti para designar a los muertos: no he sabido comprobarlo.
Lo cierto es que quietus viene de quies, ‘descanso’, y es una palabra muy familiar para todos los amantes del Requiem de Mozart. Requiescat in pace, ‘descanse en paz’, es el R.I.P. de tantas lápidas funerarias. Hasta Pompeyo Regino, según Valerio Máximo, prefirió dejar quietas las cenizas de su hermano (Hechos y dichos, 7,8,4).
«¡Estate quieto!», decimos a los niños cuando enredan; pero no hay quietud mayor, ni más irreversible, que la definitiva. Pascal Quignard, en esa pequeña maravilla que es Albucius, escribió ya en la segunda página: «Palabra singular es la palabra romana quies, capaz de definir al mismo tiempo el descanso, el sueño y la muerte».