Hace unos días mencionábamos un texto de las Exequias de la lengua castellana, en el que Forner atribuía a su amigo Iglesias de la Casa la capacidad de soltar «una pulla en verso al mismísimo Apolo en sus doradísimas barbas».
Ya vimos en Mallorca una y convertida en ll por arte de la (ultra)corrección, y los sudores que la elle nos cuesta (aunque la ingeniosa lectora Aspasiana me retó a que dijera en Cantabria aquello de «los rudos castellanos»). Pues bien, aquí no estamos en Mallorca, sino en sus antípodas.
El DRAE define pulla en primer lugar como ‘palabra o dicho obsceno’ y a continuación como ‘dicho con que indirectamente se humilla a alguien’. María Moliner, en cambio, da prioridad a la gracia y agudeza del dicho con que se zahiere a alguien en broma, y pospone la acepción de ‘dicho obsceno’. Con obscenidad o sin ella, el significado de ‘burla’, ‘mortificación’ y ‘zaherimiento’ subyace siempre en la palabra pulla. Con obscenidad o sin ella, la encontramos en el Quijote, en boca de una de las labradoras encantadas por Sancho: «¡Mirad con qué se vienen los señoritos ahora a hacer burla de las aldeanas, como si aquí no supiésemos echar pullas como ellos!» (II,10). También figura en La ilustre fregona, y cerca de veinte veces en La pícara Justina, obra estrictamente contemporánea del primer Quijote. Si tanto Cervantes como López de Úbeda la usan en estos contextos, quiere decir que no era inusitada en el lenguaje popular.
Su etimología, sin embargo, es dudosa. A lo largo de su historia, el DRAE ha vacilado entre hacerla descender del latín pellere (= ‘lanzar’, ‘arrojar’), o de ampulla (= ‘ampolla’), hasta las ediciones actuales, que nos remiten al portugués pulha. Pero Corominas asegura que, tanto en portugués (pulha) como en francés (pouille), «aparece más tarde que en castellano y podría ser castellanismo, quizá sea alteración de puya por púa, en el sentido de ‘dicho punzante o agudo’».
Y aquí empiezan nuestras tribulaciones. Porque la puya, que nos vino del latín vulgar pugia (de pugio, -onis, ‘puñal’), es, según definición del propio DRAE, la «punta acerada que en una extremidad tienen las varas o garrochas de los picadores y vaqueros, con la cual estimulan o castigan a las reses» y, por extensión, «la propia vara o garrocha». Eugenio Noel, que era fervoroso antitaurino, no tuvo dudas ortográficas al registrar «la pulla o roncería del vinícola Regidor» (Las Siete Cucas, Cátedra, pág. 71). Pero hoy, como nadie pronuncia ya la elle (salvo quizá algún cántabro no necesariamente rudo), cuando nos lanzan una puya, ya no sabemos si es que quieren torearnos o solo se trata de una ortografía equivocada, que sin embargo pondría a Mayorca en su sitio. Cualquier día nos encontraremos diciendo como don Pero Collado, duque de Toro, a cualquier picador o picalenguas: «¡Mirad cómo muere un Toro / por vos mismo apuntillado!».