La etimología de político, como vimos, se resuelve en una línea. Los diccionarios clásicos tampoco se explayan demasiado. Covarrubias se limita a definir la política como «la ciencia y modo de gobernar la ciudad y la república». Y al político, todavía en la acepción cortés de la politesse francesa, lo describe como «el urbano y cortesano». El Diccionario de Autoridades añade un adjetivo: «Política es buena gobernación de Ciudad, que abraza todos los buenos gobiernos»; también de político dice que «se llama el sujeto versado y experimentado en las cosas del gobierno, y negocios de la República o Reino». Buena, versado, experimentado, tres adjetivos que los políticos al uso han derribado a golpes de incompetencia y desvergüenza.
Pero, tras leer a Zabaleta —que en su dolorida ironía, lindante con el sarcasmo, afirmaba que política honrada «no se tiene ya por política, sino por candidez desaprovechada. Política sin grandes malicias no lo parece»—, mi amiga, la marquesa que no ejerce, echa de menos «alguno de los sabrosos asertos de Bierce sobre la política y sus funestos personajillos». Y, como ella casi siempre tiene razón en lo que dice y una especial sagacidad en lo que apunta, he recurrido al Diccionario del diablo, y transcribo sin más un par de entradas:
«Política, s. Un conflicto de intereses que se enmascara como una discusión de principios. La dirección de asuntos públicos para obtener beneficios privados.
Político, s. Anguila que se encuentra en el barrizal sobre el que se construye la superestructura de la sociedad organizada. Cuando se mueve, suele confundir el movimiento de su cola con temblores en el edificio. En comparación con el hombre de estado tiene la desventaja de estar vivo».
Habría otras entradas sustanciosas, por ejemplo capital, descrita como el «lugar desde donde se malgobierna un país»; o demagogo, definido con insuperable precisión y laconismo como «rival político»; o chusma, que, según Ambrose Bierce, en una república alude a «aquellos que poseen la autoridad suprema solo atemperada por las elecciones fraudulentas. […] (La palabra procede de Aristócrates y no tiene un equivalente exacto en nuestra lengua, pero quiere decir, grosso modo, “cerdo volador”)»; esto de las elecciones tiene su miga, porque al elector lo define como «persona que goza del privilegio sagrado de votar por un hombre que otro hombre ha elegido». Etcétera. Tan preciso todo. Tiene muchas entradas más sin desperdicio: por ejemplo, patriota y patriotismo.
Por cierto, en patriotismo menciona «el famoso diccionario del Dr. Johnson». Y como es una cita que se ha repetido tantas veces, bien será traerla del lugar exacto. Es Boswell quien lo cuenta en la Vida de Samuel Johnson (Barcelona, Acantilado, 2007, pág. 808): «Como el patriotismo se había convertido en uno de nuestros temas de conversación, Johnson de pronto pronunció en tono decidido, vehemente, un apotegma ante el cual muchos se llevarán las manos a la cabeza, o un buen arrechucho: “El patriotismo es el último refugio de un sinvergüenza”». Y pues James Boswell era más bien conservador, y desde luego tory, se vio obligado a matizar que el doctor Johnson se refería «al fingido patriotismo del que tantos, en todas las épocas y países, han hecho capote que encubre el propio interés». Y añade: «Yo sostuve, desde luego, que no todos los patriotas son unos sinvergüenzas. Como me viera apremiado, y no por Johnson, a dar una sola excepción, nombré a una personalidad insigne…». Lo que no dice es si le costó mucho trabajo y tuvo que revolver en su memoria. En todo caso, veinte páginas más adelante recoge esta otra frase del doctor Johnson que no necesita comentario: «La política ahora no es más que una manera de medrar en el mundo. Con esta sola intención se dedican los hombres a la política, y es la que dicta toda su conducta». Ese ahora del doctor era el año 1775. Compare el lector con otros ahoras más cercanos y revuelva también en su memoria. Quizá lo hemos soñado y nadie ha dicho: «Yo en política estoy para forrarme».