Sea la primera periódico, porque mi padre casi me enseñó a leer en él. (Sé de una poeta que, inducida y conducida por su abuelo, también aprendió a leer en el periódico; y ella, que es marquesa, aunque no ejerce, no me dejará mentir). Al periódico, mi padre lo llamaba el papel. Cuando aprendí el cultismo «periódico», me preguntaba por qué mi padre llamaría papel al periódico. Sin saberlo, él había heredado el nombre exacto. «Intelijencia, dame / el nombre exacto de las cosas», escribía Juan Ramón con su particular ortografía.
Periódico viene del latín periodicus, que a su vez procede del griego periodikós, una palabra derivada de peri [= ‘alrededor de’] y odós [= ‘camino’ o ‘recorrido’], que es tanto como circuito, ámbito o rodeo.
De ese modo, periodikós sería algo así como lo que vuelve a tiempo fijo, lo circular, casi el sueño filosófico del eterno retorno. Pero el lector ha advertido ya que es un adjetivo. Y es que en su origen el periódico era un papel o impreso «periódico», algo que volvía con regularidad, con una periodicidad no necesariamente diaria como el papel «diario», otro adjetivo que ha sustituido al sustantivo, cuando el papel, ahora diario, amanece cada mañana al lado del café o en el desayuno. Mi padre, aun desconociendo la etimología, sabía que papel era el sustantivo, el nombre exacto de la cosa.
Hermosa evocación de la palabra paterna. Al mirar hacia atrás nos devoran las sombras, muchas veces también los porqués -o los exactos nombres- de las cosas.
Por cierto, cuídese de las poetas que aprendieron a leer en el (papel) periódico. Por menos de nada le montan una columna.
Afectuosamente, agradecida por la nueva y cratílica sección.
El agradecimiento es nuestro, aunque nos sobrecoge la amenaza de una columna. Fenecidos los estilitas, ¿qué podríamos hacer, náufragos de un pecio vertical, en medio del desierto?
Esperar la alucinación del liguero y las medias redentoras, estimado etimólogo.