Patético - Oportet Editores

Patético

16 enero, 2013

Patético

Patético es un término tardío, que Corominas documenta solo a finales del siglo XVII. La «autoridad» del Diccionario de Autoridades es todavía más reciente: una línea de la Chronohistoria de la Compañía de Jesús, publicada en 1710 por el jesuita y luego académico Bartolomé de Alcázar (1648-1721): «Eran sus sermones tan patéticos como ingeniosos». Pero gracias a la edición electrónica (Madrid, 2000) que Víctor Arizpe y Abraham Madroñal han hecho del León prodigioso (1636), del clérigo toledano Cosme Gómez Tejada de los Reyes —muerto casualmente el mismo año en que nacía el jesuita—, hemos sabido que la palabra en cuestión ya está ahí registrada, solo veinte años después de la muerte de Cervantes. En efecto, en el apólogo 42, titulado «De varios espíritus poéticos en un certamen», leemos:

Propúsose a las musas españolas (aunque concurrieron también algunas babilónicas, que es lo mismo que cultas) un suspiro de Crisaura dudoso, confuso y lacón. Porque el pardal podía (engañado entiendo) interpretarle en su favor animada su esperanza de que algún día se hubiese mostrado menos desdeñosa. Mirado a otra luz parecía suspiro de ausencia, como era cierto, guiado inciertamente a su amado Auricrino o temido muerto o esperado perdido. Era punto patético, capaz de pensamiento de celos, amor, desdén, ausencia, descanso, consuelo, esperanza, y desprecio. Pedíase a este suspiro un soneto; los premios eran grandes, las negociaciones mayores; los ingenios más poéticos se retiraron y no hicieron mal, por no exponer su justicia en tribunal de jueces que no lo entendían adonde se aventuraba la opinión; que en semejantes ocasiones primero se ha de negociar el premio que el espíritu. Los jueces, el gobernador de la ciudad, un regidor, un caballero, y el superior del templo de Júpiter. ¿Eran poetas? Preguntó el Lebrel. No por cierto respondió la raposa: ¿Entendíaseles del arte? Tampoco. ¿Pues cómo podían ser jueces de lo que no entendían?

(Es cierto que para nuestro propósito no era necesaria tan larga cita, pero no he querido privar al lector de la sabrosa socarronería con que el capellán habla de jueces y críticos de arte).

Patético es un adjetivo que el DRAE define como lo «que es capaz de mover y agitar el ánimo infundiéndole afectos vehementes, y con particularidad dolor, tristeza o melancolía». A través del latín patheticus, nos vino del griego pathetikós, derivado del verbo patheĩn, ‘recibir impresiones o sensaciones agradables o desagradables’, ‘soportar, sufrir’, e incluso ‘morir’: en una palabra ‘padecer’. No en balde Corominas lo sitúa bajo padecer, y explica que patético, entre otros, procede «del griego patheĩn ‘sufrir, experimentar un sentimiento’, hermano del latín pati», que también significa ‘padecer’.

Como tal adjetivo, casi siempre se ha aplicado al estilo que, tanto en la literatura como en la oratoria, intentaba conmover, o de hecho conmovía, con intención o sin ella. En el capítulo XIX de su Poética (1737), Luzán, al hablar «de los tres diversos estilos», decía que las figuras literarias «son muy propias del estilo grande, por ser el lenguaje natural de las pasiones, o sea del estilo patético o afectuoso que ordinariamente va unido con el grande». Es ese estilo el que nos ha llevado a decir que dos de las páginas más patéticas de Cervantes son la primera del prólogo del Segundo Quijote, la dedicatoria al Conde de Lemos del Persiles, y las dos últimas líneas del prólogo: «¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo y deseando veros presto contentos en la otra vida!». Y esto lo decía tras bromear suavemente sobre su enfermedad y el último viaje al que lo conducía su rocín, que resultó ser «algo que pasilargo». Como aquel Gamborena galdosiano, «¡qué bien sabía combinar lo patético con lo festivo!» (Torquemada y San Pedro, I,5).

Pero ya sutilmente el propio Luzán advertía de los peligros del patetismo malo: «La afectación tiene también lugar en el estilo patético. Un autor griego llamó a este defecto parenthyrso… No hay cosa más impropia ni más ridícula que el ver que uno se enfurece, se enoja y grita sin motivo bastante y por bagatelas. Eso es lo mismo, decía Quintiliano, que querer poner a un niño las vestiduras y el calzado de Hércules. El perfecto poeta, aunque tal vez se finja agitado de furor divino, no por eso ha de enfurecerse fuera de tiempo; antes bien, su furor ha de tener siempre todas las señas de cordura y ha de ser concebido con acuerdo y con motivo bastante. El parenthyrso es propio defecto de los declamadores y pedantes» (Cátedra, 2005, págs. 358-59). Él no pudo añadir: «…y de los políticos en sus mítines electorales».

Y héteme aquí que, probablemente por los parenthyrsos, por los abusos, excesos y tropelías de otros declamadores, el habla popular ha castigado al noble adjetivo patético con el peyorativo significado de ‘ridículo o bochornoso hasta la exasperación’. Significado que aún no recoge el DRAE, pero que, tal como van las cosas, no tardará en incorporar. Porque, en efecto, viendo y oyendo —por poner un par de ejemplos— aquel mitin del presidente balear durante la última campaña electoral («Sabemos lo que hay que hacer y lo vamos a hacer y por eso seguiremos haciendo aquello que nos toca hacer, a pesar de que alguno no se crea que vamos a hacer lo que hemos dicho que íbamos a hacer»), o la rueda de prensa con que unos meses después nos obsequió la ministra de Sanidad a propósito de la universalización de «la Sanidad para los españoles» (donde decía cosas como «Ahí estarían pues las prestaciones farmacéuticas, las terope… tripe… teroperapéuticas, ehh… me he equivocado en la en el nombre y poner en valor lo que tiene mucho en valor, porque no hay cosa que tenga más valor que una medicina que cura enfermedades… Hemos adoptado una medida que ya estaba adoptada. Lo más importante que por primera vez los parados sin prestación parlamentaria, que… perdón sin presta sin… sin pre… presta sin prestación sin prestación por desempleo, perdón»), ¿hay otro adjetivo que mejor les convenga que el de patético? Y pues tenemos que ‘sufrir’ y ‘soportar’ (patheĩn) tanta ignorancia, tanto cinismo y tanta desvergüenza, creo que acabaremos apuntándonos a la creatividad del vulgo que añadió, con poco conocimiento mas no sin expresividad, ese nuevo valor al adjetivo. ¡Patético!

A propósito de la obra de Aladár Kuncz, Monasterio negro, Ana de la Robla ha escrito en El Diario Montañés del viernes pasado: «Los griegos antiguos, que… sentían más amor por la filología que nuestros actuales regidores, identificaron rápidamente al bárbaro con el tartamudo a partir de un confuso texto homérico; esto es, bárbaro era quien no era capaz de articular la lengua de los que manejaban el cotarro…». ¿Bárbaro el tartamudo, bárbaro el incapaz de articular la lengua de los que manejaban el cotarro? Vuelvan a ver y oír las declaraciones de la ministra y podrán decir a coro y sin rubor: ¡Lengua bárbara, patético discurso!

P.D. Recién publicada esta entrada, María Luisa Abalo puntualiza con toda razón: «El sentido despectivo que ha adquirido «patético» en los últimos años se debe a su contaminación por el inglés pathetic (cuyo significado, en su tercera acepción del M. Webster, es «lamentablemente inferior o inadecuado»)». No hay sino que decir, como el duque a Sancho, «con vos me entierren, María Luisa, que sabéis de todo» (II,42).