Ahí donde la ven, tan inocente y pudorosa ella, la mandarina, como el periódico, en su origen no fue un sustantivo, sino un adjetivo. Se trataba de las naranjas mandarinas o tangerinas, que no me atreveré a describir, pues nadie lo necesita. El segundo adjetivo procede de Tánger, como es evidente, pero el primero procede de mandarín, que ya no es tan evidente. De hecho hubo quien pretendió que, igual que la tangerina de Tánger, la mandarina venía de Mandara, el nombre indígena de la Isla Mauricio que las producía buenas. Pero la Academia opina que el nombre le vino de mandarín, y no porque fuera la fruta preferida de los mandarines chinos, ni de las mandarinas, sus señoras, sino por alusión al color de su traje.
Ahora bien, como la mandarina es una fruta popular y fácil de «mondar», a nadie se le ocurría pensar en los mandarines ni en el color de su vestimenta, sino en la comodidad de no tener que recurrir al cuchillo. Hasta la Enciclopedia Universal de Espasa, en su descripción del «árbol de la mandarina, o mandarinero» —también llamado mandarino—, decía de su fruto que es «algo deprimido, casi esférico, brillante, anaranjado intenso, fácil de mondar»… Por esa facilidad de peladura, la mondarina anda por ahí conviviendo con el color de alguno de los trajes del mandarín.