Ministro - Oportet Editores

Ministro

10 diciembre, 2012

Ministro

Que la proliferación de ministros, ministras y ministrables es un hecho común lo demuestra el propio DRAE, que recoge 14 acepciones de ministro, ministra y otras tantas provistas de adjetivo y complemento nominal. Desde ‘persona que dirige cada uno de los departamentos ministeriales en que se divide la gobernación del Estado’ hasta ‘prelada de las monjas trinitarias’, el Diccionario exhibe todo un repertorio de actividades, cuya utilidad para los ciudadanos no siempre resulta evidente, sobre todo cuando remite a esos empleados del gobierno «para la resolución de los negocios políticos y económicos», que es como mencionar la soga en casa del ahorcado.

Porque la palabra ministro, del latín minister, tiene en su raíz la palabra manus, ‘mano’, y a cualquiera se le ocurre lo que significa «echar una mano». El propio Cicerón (De natura deorum, 2,150) habla de las manos como de «esas ministras que sirven para tantas cosas» (multarum artium ministras manus natura homini dedit). En la base está ‘servir’, ‘servicio’, ‘ayudar’. La primera acepción latina de minister y ministra era precisamente esa: la de ‘criado / criada’, ‘siervo /sirvienta’. Y así, cuando Ovidio habla de una apta ministra (nadie se dé por ofendida, que latín es), se refiere a ‘una sirvienta inteligente’.

De minister -tri salió ministerium, ‘servicio’, ‘empleo’, ‘oficio’, y de este, nuestro menester. El menester, al principio sincopado en mester, era un ‘oficio’, un ‘arte’, como prueba el conocido verso de Berceo: «mester trago fermoso, non es de juglaría»… El salto al giro ‘es menester que’ lo explica Corominas de este modo: «La génesis semántica de esta locución es fácil de comprender: es menester valía propiamente ‘es servicio’, ‘es útil’ y de ahí ‘es preciso’; a base de ella se creó haver menester, que ya aparece en el Cid».

Covarrubias define al ministro como «el que ministra y sirve a otro», y «menesteroso, el necesitado». Y es que el concepto de ‘servicio’ estaba ya en el primitivo cultismo religioso ministro, que el propio Gonzalo de Berceo recoge varias veces. En Del sacrificio de la misa dice expresamente: «…el ministro que sierve al altar» (283a): traduce así Berceo el oficio del diácono, la palabra griega que en los Hechos de los apóstoles designaba a quienes «servían a las mesas» y que en latín dio ministrare mensis (He 6,2).

Ministro: ‘servidor’, pues. ¿Ven para qué sirve la etimología? Entre otras cosas, para saber si los ministros son servidores o servidos. Gracián, que puso en solfa los usos tópicos del lenguaje en El Criticón, al final de III,6 escribió: «Allá van leyes donde quieren los reyes: no digo sino los malos ministros». Cuando esos ministros son como los malos pastores que denunciaba el profeta Ezequiel: «¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿Los pastores no están para apacentar a las ovejas? Pero vosotros os coméis su grosura, os vestís con su lana, degolláis a la engordada, pero no las apacentáis» (34,2-3); cuando esos ministros en vez de servir esquilman, y como a Sancho nos punzan y pellizcan y acardenalan, quizá sea el momento de decir con él: «¡Afuera, ministros infernales, que no somos de bronce, para no sentir tan extraordinarios martirios!» (Quijote II,69).