Es la luz quien define y vivifica la arquitectura, quien ordena las líneas y condensa los volúmenes.
Una luz de despedida, de tormenta inesperada, de súbito asomamiento entre celajes.
La luz crepuscular resucita las cúpulas de zinc, las torres de ladrillo, el larguísimo puente que traza una robusta diagonal sobre el río, las líneas verticales que proclaman su última modernidad arquitectónica en una ciudad acostumbrada a las vanguardias.
La luz llena de reflejos pictóricos la superficie del agua. Parece como si la agonía del crepúsculo, tras rebasar el puente, quisiera dibujar un oleaje mínimo y sutil, una cresta de agua en la que fuera a posarse la despedida de la tarde.
