La memoria y la cita (V) - Oportet Editores

La memoria y la cita (V)

11 febrero, 2021

La memoria y la cita (V)

Con Horacio hemos dado

La semana pasada, en un diálogo entre el filósofo Juan Arnau y Pablo D’Ors, leí la siguiente frase puesta en boca de Arnau: «Me ha hecho gracia que Pablo empezara a meditar gracias al libro de un farsante [El tercer ojo, del “falso lama Lobsang Rampa”]. Horacio decía: “Si uno no se ha sentido alguna vez en la vida un impostor, probablemente lo sea”» (Babelia, n.º 1524, 6.2.2021, p. 2).

No hay duda de que Arnau la tiene incorporada a su memoria vital, pues no es la primera vez que la cita con una ligerísima variante: Así, en La Opinión de Málaga (9.6.2018), la formula de este modo: «Quien nunca ha pensado que podría ser un impostor, probablemente lo sea», y de nuevo atribuida a Horacio.

Dos cosas me sorprendieron de esta cita. La primera: su contundencia, su perfecta construcción, su antítesis, que bien podrían haberla convertido en uno de esos relatos hiperbreves que ahora tanto abundan, con distinto grado de felicidad y acierto. La segunda, que Javier Cercas, que abrió El monarca del tiempo con otro verso de Horacio (esta vez sí, y con su no poca dosis de amarga ironía), no hubiera aprovechado cita tan rotunda para abrir o cerrar El impostor.

La primera sorpresa tenía algo que ver con la labor del traductor. ¿Cómo era en latín —una lengua concisa como pocas— una frase que tal grado de concisión y consistencia ha alcanzado en la traducción? Uno ha leído a Horacio varias veces y todavía puede recitar unos cuantos versos del Ars poética, que han permanecido relativamente firmes a pesar de la inestabilidad de la memoria. Pero esta frase, tan perfecta, tan simétrica, se resistía a sobrenadar en las aguas del Leteo. Recurrí a mi amigo Pollux Hernúñez, maestro supremo en el arte venatoria de piezas de erudición.

Pronto vino a confirmarme lo que ya sospechaba: que con tal formulación no existía en Horacio. Lo más aproximado —dijo— (o menos lejano, añado yo) eran un par de versos de las Epístolas (I 16.39-40), que sin orar rezan de este modo:

Falsus honor iuuat et mendax infamia terret
quem nisi mendosum et medicandum? Vir bonus est quis?

La traducción decimonónica de Javier de Burgos los vierte así:

«Solo a un vicioso aterra corrompido
falsa infamia, y halaga honor mentido.
¿A quién, pues, llamaremos hombre honrado?».

Del sintagma mendosum et medicandum hay otra lectura menos fiable (mendosum et mendacem) que Hernúñez sospecha que fue la que siguió Javier de Burgos. Horacio Silvestre (Sátiras, Epístolas, Arte poética, Cátedra, 1996), mucho más reciente, ha traducido así en su edición bilingüe:

«¿A quién el falso honor agrada y la infamia mendaz asusta,
sino al pecador y enfermo? ¿Quién es hombre bueno?».

Él sí ha editado medicandum,  y explica que en la tradición estoica ‘pecador’ y ‘enfermo’ eran lo mismo. Pero todo esto no es más que un retórico circunloquio para afirmar que de ahí no ha podido salir la estupenda cita del impostor.

Si non è vero, è ben trovato. Pero mientras Juan Arnau no nos confirme de dónde ha surgido tan formidable enunciado, diré como el cura quijotesco al barbero: «… entre tanto que esto se ve, tenedlo recluso en vuestra posada, señor compadre».

Pero de Horacio, no.