Para Luis M. Macía, que disparó el arco
Sé que este título es en parte deudor de otro de Alejo Carpentier. Pero Carpentier, que, además de saber de arpas y de sombra, lo había leído (casi) todo como Borges, tampoco habría dejado de recorrer aquellas viejas líneas de Plutarco. En algún lugar debió de encontrar las flechas de los persas y la imperecedera sombra de Leónidas. Y como hace unas semanas, al lado de las naves, las nubes y las aves, se coló una flecha entre las sombras, hablemos hoy de otras flechas y otra sombra.
No diré yo que mi primer encuentro con las flechas y la sombra fuera en Torrente Ballester. Pero lo cierto es que, leyendo La saga/fuga de J.B., un diálogo entre el Obispo Bermúdez y el Canónigo Balseyro desencadenó la línea de sombra. En una de las últimas páginas del libro se lee: «Pero ya los ballesteros del Mariscal asomaban detrás de la Colegiata, en cuyo interior, indiferentes, los masones de Michel labraban piedras informes y sacaban de ellas arquivoltas, columnas geminadas, capiteles historiados, meros perpiaños. “Son tantos, señor Obispo, que si disparan sus flechas al mismo tiempo, oscurecerán el sol”. “Mejor. Así pelearemos a la sombra”».
Recordaba haber leído esa frase en mis años de estudiante, y acudí a los viejos florilegios de latín y griego. Fracasé en el de latín, aunque no fuera tan obvia su ausencia, como luego se verá. Tuve más suerte en el de griego. Allí, bajo el título «Una respuesta de Leónidas», se hallaba la célebre frase, transcrita del siguiente modo:La frase del florilegio venía firmada por Plutarco, sin más indicaciones. «Plutarco es mi hombre», había escrito Montaigne (II,10), seducido por la traducción de Amyot (II,4). Recurrí, pues, a Plutarco. Y, en efecto, allí estaba.
Pelearemos a la sombra. La frase figura entre las «Máximas de espartanos», y desde luego atribuida a Leónidas, aunque redactada de modo algo diferente: «Cuando alguien dijo: “Por las flechas de los bárbaros no es posible ver el sol”, [Leónidas] respondió: “Será ciertamente agradable, si luchamos a la sombra contra ellos”» (Moralia 225B; trad. de Mercedes López Salvá). Con escasas variaciones la reproducirá Estobeo tres siglos después (Floril. 3,7,45).
La cosa debería haber quedado aquí zanjada; pero no. He dicho que, aun siendo griega, la frase podría haber cabido con todos los honores en los florilegios latinos. Cicerón la transmite, pero ya con una omisión: la frase sale de boca de un lacedemonio innominado. «Fuit haec gens fortis, dum Lycurgi leges vigebant. E quibus unus, cum Perses hostis in conloquio dixisset glorians: “solem prae iaculorum multitudine et sagittarum non videbitis”, “in umbra igitur”, inquit, “pugnabimus”» (Tusc. 1,101. El subrayado es mío). Tampoco Valerio Máximo especifica: Habla de cierto espartano que, «al contarle que las flechas de los persas solían nublar el sol, dijo: “Muy bien, así pelearemos a la sombra”» (… qui referente quodam sagittis Persarum solem obscurari solere, «bene narras», inquit: «in umbra enim proeliabimur»: 3,7, ext. 8).
«Del espartano» a secas hablaría también siglos después un amigo de Cervantes. El licenciado Cristóbal Mosquera de Figueroa (1547-1610), «Auditor general de la Armada y ejército del rey», fue estricto contemporáneo de Cervantes, que le dedicó la octava 50 del «Canto de Calíope» de La Galatea, y un soneto en elogio del Marqués de Santa Cruz, que de rebote redundaba en elogio de Mosquera, por estar en su libro Comentario en breve compendio de disciplina militar (1596). En la octava afirma «que bien puede Mosquera, el licenciado, / ser como el mismo Apolo celebrado»; en el soneto, al par que la espada del marqués, alaba la «prudente y verdadera pluma» de Mosquera. Pues a este Mosquera de Figueroa también le sonaba de algún florilegio el dicho del espartano, y nos lo dejó escrito así en su Comentario:
«Comenzaron a disparar cañonazos de los fuertes más cercanos y trincheas, y cuanto los enemigos disparaban, tanto más los nuestros se les acercaban. Y, visto por el piloto mayor de las galeras, dijo (volviéndose al Marqués) que mirase que estaba tan cerca que echarían a fondo su galera, a quien respondió el Marqués: “Pues acercaos más y cuando eso fuere, habiendo encallado la galera no nos ahogaremos”; semejante al dicho del espartano que, diciéndole un capitán suyo por atemorizarle que las saetas de los persas cubrían el sol, respondió: “Mejor es eso, porque pelearemos a la sombra”» (Comentario, libro II, fol. 56r).
Pero volvamos al griego. Llegados aquí, mi amigo Pollux Hernúñez, infatigable descifrador de enigmas y charadas, me descubrió pistas nuevas, que eran otra vuelta de tuerca. Resulta que también Heródoto cuenta la anécdota: «Así se destacaron lacedemonios y tespieos, pero el héroe máximo fue el espartiata Diéneces. Según cuentan, antes de entrar en combate con los medos dijo cierta palabra. Un traquinio le había señalado que, cuando los bárbaros disparaban sus arcos, la nube de flechas ocultaba el sol. ¡Tan enorme era su número! Lo cual no asustó en absoluto a Diéneces; antes se despreocupó de la masa enorme de los medos, y aseguró que el huésped traquinio les decía algo excelente, porque así la lucha transcurriría a la sombra y no a pleno sol, ya que los medos lo ocultarían. Estas y otras palabras por el estilo, según cuentan, dejó como recuerdo suyo el lacedemonio Diéneces» (7,226; trad. de Manuel Balasch).
¡Así que Leónidas se había transmutado en Diéneces! Cabría preguntarse quién de los dos se equivocaba, si Heródoto o Plutarco. Pero del mismo modo que el último autor del Quijote se quejaba de la parcialidad de Cide Hamete Benengeli, «pues, cuando pudiera y debiera extender la pluma en las alabanzas de tan buen caballero, parece que de industria las pasa en silencio» (I,9), sucede que Plutarco también se queja de «la malevolencia de Heródoto» con estas palabras: «Podría ser uno comprensivo si fuera otra persona la que soslayara tales hechos, pero quien saca a colación y rememora el cuesco de Ámasis, el instante en que el ladrón arrea a los asnos, el obsequio de los odres y otros muchos relatos de esta naturaleza, no da la impresión de que obvie nobles hechos y dichos por descuido o desdén, sino que la causa de ello reside en su falta de bondad e imparcialidad respecto de ciertas personas» (Moralia 866C-D; trad. de Vicente Ramón Palerm). Seguramente también Plutarco barría pro domo sua, ¿pero quién puede ser objetivo siendo sujeto?
Mas no perdamos de vista al traquinio de Heródoto, porque daría otra reencarnación.
El toledano Alonso de Villegas (1534-¿1616?) —que, de creer a Menéndez Pelayo (OC, XVI, pág. 149), ya en su Comedia llamada Selvagia, escrita a los veinte años, «adivinó mejor que ninguno… lo que había de ser la futura comedia de capa y espada»—, andando el tiempo sería capellán de la capilla mozárabe de la Catedral de Toledo y beneficiado de san Marcos. En 1594 apareció en Cuenca su Fructus sanctorum y quinta parte del Flos Sanctorum. Modernizada la ortografía, allí podemos leer:
«Pasa adelante Heródoto con su narración, y dice que estando el ejército de Jerjes en Tesalia, habían de pasar un paso malísimo entre dos montes, llamado Termópilas, adonde estaba Leónidas, rey de Lacedemonia, con trescientos varones fortísimos escogidos de aquella ciudad y con otros griegos. Peleó tres días, deteniendo todo el ejército de los persas que no pasase. Al cabo subieron por otra parte al monte y vinieron sobre él, y puesto que [= aunque] pudiera huir y librarse como hicieron los otros griegos que estaban con él, no lo hizo, sino, quedándose con solos sus trescientos lacedemonios, exhortándolos a la pelea, y entre otras razones les dijo que comiesen bien, porque habían de ir a cenar al Infierno. Y diciendo uno de sus soldados que, disparando los persas sus saetas contra ellos, eran tantos los tiradores que encubrían con ellas el Sol, oído por otro soldado llamado Trichino, respondió: “Por eso mejor, que pelearemos a la sombra”» (Discurso 31, «De fortaleza»; el subrayado es mío).
He aquí cómo el mensajero traquinio se convierte en Trichino decidor. Flechas y campanadas. Sin comentarios.
Lo bueno de las frases memorables es que ya pueden ser de uso común, y ésta es tan inmarcesible que no hay héroe que no pudiera haberla dicho alguna vez. Otro toledano, Francisco de Rojas Zorrilla (1607-1648), el conocido autor de Entre bobos anda el juego y (con reservas) Del rey abajo, ninguno, tiene una obra sobre los amores de Marco Antonio y Cleopatra, bastante ignorada aunque con momentos líricos muy bellos, titulada precisamente Los áspides de Cleopatra. En la jornada primera (vv. 275-286), oímos decir a Marco Antonio:
Yo, con valor, enojo y osadía
al reino de los Partos llegué un día;
salió su rey, su vestidura era
de pieles remendadas de pantera;
sacó eminentes, pero no constantes,
castillos sobre espaldas de elefantes;
tal ejército el joven acaudilla
que ocupa más espacio de una milla;
son sus altas trincheras baluartes,
al sol encubren rojos estandartes;
mas, dije, como el mundo no me asombra:
«No importa, pelearemos a la sombra».
Pelearemos a la sombra. Supongo que no es imposible, aunque de momento poco probable, que un día se recojan todos los lugares en que ha sido utilizado el tópos griego. (De hacerlo, ¡podrían oscurecer el sol!). Por ahora me bastará concluir con uno —simpático y distanciado como él—, de Augusto Monterroso:
«El puercoespín disparando sus dardos le daría oportunidad de referirse, como de pasada, a las sociedades de hombres, felizmente ya casi extinguidas, que durante milenios usaron las flechas para hacerse la guerra. Sin contar con que, desplegando cierta habilidad, podía encontrar la manera de hacer una velada alusión a aquella magnífica respuesta de (¿quién había sido?, consultarlo), a aquella arrogante respuesta de X ante la amenaza del enemigo de cubrir el sol con sus flechas: “Mejor; pelearemos a la sombra”» («Leopoldo (sus trabajos)», en Obras completas (y otros cuentos), Barcelona, Anagrama, 1990, pág. 92).
La literatura es tanta como las flechas del persa. A veces las flechas pueden materializarse en las remisiones de los índices con tal saturación que pueden oscurecer la letra, como ya ha conjeturado Luis M. Macía. Podríamos decirle: «Mejor, leeremos a la sombra».
Pero esa es otra historia.