La Divina Comedia o una estación en el infierno (con final feliz) - Oportet Editores

La Divina Comedia o una estación en el infierno (con final feliz)

3 octubre, 2011

Todo el mundo ha reconocido un título de Rimbaud en esta estación infernal, y una comedia (todavía con minúscula) en el final feliz. La de Dante, con mayúscula, es Comedia porque acaba en el Paraíso, y tragedia porque asistiremos al espectáculo de los condenados, a quienes desde dentro no siempre es fácil condenar.

Aunque más tarde retrocedamos, vamos a dar ahora un salto de varios siglos. Toda la literatura del ciclo troyano en sus diversas manifestaciones abarca varios siglos. Los poemas homéricos, como hemos visto, datan del siglo VIII a.C. y el latino Virgilio murió en el año 19 a.C. A finales del siglo IV la presión de los bárbaros en las fronteras se hace imparable, el imperio romano se derrumba, se desmembra, y en su caída arrastra a la lengua que empieza también a resquebrajarse. Borges lo dijo de modo insuperable: «… el obstinado mármol de esa lengua / que manejamos hoy despedazada» («El pasado», vv. 9-10, en El oro de los tigres, 1972). Pasan los años, pasan los siglos, la literatura oral empieza a fijarse por escrito, la cultura latina se refugia en los monasterios. (Todavía a principios del siglo XVII el monje Pimen, en la obra de Pushkin, Boris Godunov, da gracias a Dios y considera voluntad divina la escritura de su crónica: «No en vano me hizo Dios testigo / de tantos años y me enseñó / el arte de escribir»). Y es de nuevo Borges el que en otro lugar dice de aquellos monjes que son nuestros bienhechores, porque «salvaron para nosotros en duros tiempos el griego y el latín, es decir, la cultura».

Mientras las lenguas romances balbucean «los ciclos de Rolando y de Bretaña» (el Cantar de Roldán es del s. XI; el poema de Mío Cid, del XII; el Parsifal de Eschenbach y el poema de los Nibelungos, del XIII, cuya proyección llegará hasta Wagner), y surgen los fabliaux, el Roman de la Rose y los mesteres, y don Juan Manuel (1282-1348) se convierte en el primer cuentista de las literaturas europeas, la lengua italiana no se atrevía a desprenderse del latín. Solo el Cántico de las criaturas de Francisco de Asís está en italiano, como transmitiendo la sencillez del poverello. Pero cuando lo hace, a finales del s. XIII, irrumpe nada menos que con la Divina Comedia, el terceto y el endecasílabo. (Enrique de Villena, que murió cien años después de publicada la Comedia, hizo la primera traducción española). Osip Mandelstam (1891-1938), el poeta que murió en una de las purgas estalinistas, ha escrito lo siguiente: «La creación de Dante es primordialmente la aparición en la arena mundial del idioma italiano de su época, su emergencia como un todo, como un sistema. La más dadaísta de todas las lenguas romances es llevada por él al primer puesto entre las naciones».

El propio Dante (1265-1321), que escribe el De vulgari eloquentia en elogio del italiano, todavía lo hace en latín. Empieza diciendo que no ha encontrado nadie anterior a él que haya tratado «de vulgaris eloquentiae doctrina», es decir, «del hablar y escribir en la lengua del pueblo». Añade que le parece de todo punto necesario hacerlo para que «non tantum viri, sed etiam mulieres et parvuli», puedan entenderlo. Nótese la contradicción: si mujeres y niños (y desde luego también muchos varones) ya no pueden entender el latín, ¿para quién escribe Dante este tratado? Evidentemente para los que lo entienden, que son en resumidas cuentas quienes pueden a su vez escribir, y les pide que empiecen a expresarse en lengua que todos entiendan. Tres siglos después, todavía Cervantes, en El coloquio de los perros, con su característica ironía mantiene este diálogo entre Cipión y Berganza:

BERGANZA.—[…] Hay algunos romancistas que en las conversaciones disparan de cuando en cuando con algún latín breve y compendioso, dando a entender a los que no lo entienden que son grandes latinos, y apenas saben declinar un nombre ni conjugar un verbo.
CIPIÓN.— Por menor daño tengo ese que el que hacen los que verdaderamente saben latín, de los cuales hay algunos tan imprudentes que, hablando con un zapatero o con un sastre, arrojan latines como agua.
BERGANZA.—De eso podremos inferir que tanto peca el que dice latines delante de quien los ignora, como el que los dice ignorándolos.

Dante da un paso más en aras del entendimiento y, con un tono suavemente sugeridor, se remite al Verbo encarnado, insinuando algo que más tarde sería dominio de la teología, la encarnación del Verbo, es decir, de la Palabra, como un acto de amor y de comunicación para transmitir un mensaje divino, de otro modo incomprensible. Se hace palabra, metáfora viva, para poner el misterio al alcance del ser humano. El siglo XIV será ya el del afianzamiento de la lengua y el principio de la influencia posterior con otros dos gigantes de la literatura: Petrarca (1304-1374) y Boccaccio (1313-1375), que quizá no por azar escribió una vida de Dante. Contemporáneo, el inglés Chaucer (1340-1400) y sus Cuentos de Canterbury.

«Dante o el arbusto de laurel», escribió Gómez de la Serna en una de sus Greguerías (Madrid, Cátedra, 1979, pág. 90). Casi quince años estuvo componiendo Dante (1265-1321) su Comedia (de 1307 hasta su muerte). El «Paraíso» fue publicado póstumamente. La explicación del título queda resumida en la Poética de Luzán: «El primero en quien yo hallo distinguida en algún modo la esencia y objeto de la tragedia y comedia es Don Pedro de Villegas, en el prólogo a su traducción de la Comedia del Dante impresa año de 1515, donde dice: “La comedia empieza en turbado y atribulado principio, y acaba en alegre y gracioso fin… La tragedia, por el contrario, empieza en gracioso y pacífico principio, y acaba en muerte y graves discordias”» (Luzán, III,1).

La Comedia, un poema totalizador, cifra y resumen del más acá y del más allá, está concebida casi como una novela fantástica. «En mitad del camino de la vida» el personaje se encuentra en una selva oscura. (Nel mezzo del cammin pueden pasar muchas cosas: por ejemplo, que un hombre desterrado y desengañado de la política y de los amigos se encuentre en una selva oscura; también, que el Abel Martín de Machado descubra que nel mezzo del cammin le pasa el pecho / «la flecha de un amor intempestivo»). Un fantasma venerable, el dulce Virgilio —que, sin embargo, nunca podrá acceder al Paraíso—, lo acompaña por el periplo de las sombras, y Beatriz, aquella amada esquiva, lo guiará por la luz, hasta que se esfume también con una enigmática sonrisa de Gioconda. He aquí una sugerente lectura de la Comedia: olvidados los perecederos ajustes de cuentas del momento, los personajes que con mayor o menor arbitrariedad fueron colocados entre los bienaventurados o los réprobos, sus juicios políticos e históricos, e incluso su armadura teológica, la Comedia puede ser leída como un viaje, en este caso por el desconocido territorio de ultratumba, cuyo regreso suele ser la esencia de la novela de aventuras. Hemos mencionado el Mahabhárata, uno de cuyos héroes tuvo que pasar un día en el mundo subterráneo antes de ser admitido en el cielo; en la Odisea, Ulises bajó al Hades para consultar al adivino Tiresias; también Eneas hizo su particular facilis descensus Averno (Eneida 6,126: «fácil», porque la Sibila le advirtió que era más fácil entrar que salir: solo unos pocos supieron hacerlo), un descenso que llegaría hasta el Viaje al centro de la tierra de Verne; al Hades marchó Dioniso en busca de su madre, Orfeo en busca de su mujer, y hasta del propio Redentor cristiano se dice que «descendió a los infiernos» a liberar a las almas «del lago profundo» y «de la boca del león».

También Borges llamó la atención sobre el carácter narrativo de la Comedia. Pueden leerse con provecho un par de textos suyos: la primera de las Siete noches, dedicada a «La Divina Comedia», y los Nueve ensayos dantescos. En el prólogo de estos breves ensayos ha descrito Borges la «severa topografía» de la Comedia: la montaña inversa del infierno, las terrazas del Purgatorio, los cielos concéntricos del Paraíso y la perfección de sus esferas.

Ya desde el principio, según un hábito muy arraigado en la Edad Media, se tendió a leer la Comedia como la Sagrada Escritura, es decir, según sus múltiples y diversos sentidos. El propio Dante los resumió en cuatro en su Convivio, un poco contaminados por las teorías de interpretación bíblica: el literal, el alegórico, el moral y el anagógico o sentido místico y espiritual. Los primeros lectores y comentaristas insistieron en la alegoría; hoy, más modestos o más desencantados de toda mitología, podemos percibir la maestría en la sencilla música de su sentido literal. Una literalidad que puede alcanzar al mismo simbolismo, pues es cierto que su arquitectura está diseñada sobre el número tres: la obra consta de 3 grandes partes (Infierno, Purgatorio y Paraíso), cada una de las cuales está dividida en 33 cantos (más uno introductorio, que la eleva al redondo número de 100). A su vez cada canto está compuesto en tercetos. Amado Nervo, en su epístola en tercetos dirigida «al Lic. Joaquín D. Casasús, con motivo de sus traducciones de “Virgilio”» hace el elogio del terceto remontándose a Dante:

La forma del terceto me cautiva
y —aunque peca de ardua—, la acometo,
en tercetos dictando la misiva.

De mohoso me tildan el terceto
y aislado me lo dejan: yo imagino
que más que por desdén, es por respeto.

Porque después del Rojo Florentino
que al Infierno bajó por la escalera
de su noble terceto diamantino,

subiendo por la misma hasta la esfera
de luz con Beatriz, es muy osado
quien joyel tan precioso forjar quiera.

Hay 3 personajes principales (Dante, Virgilio y Beatriz). «Dante —dice Borges en Siete noches— ha logrado que tengamos dos imágenes de Virgilio: una, la imagen que nos deja la Eneida o que nos dejan las Geórgicas; la otra, la imagen más íntima que nos deja la poesía, la piadosa poesía de Dante». Esa piedad de Dante por Virgilio se nota en pequeños detalles conmovedores, porque no hay que olvidar que la lógica teológica del poema lo obliga a abandonarlo en el infierno, como a Paolo y Francesca, probablemente con harto dolor de su ánima.

No hay que olvidar que, según la teología de la época, el infierno es irreversible. La palabras que hay a la entrada han sido citadas por activa y por pasiva, diamantinas por su dureza y esplendor:

PER ME SI VA NE LA CITTÀ DOLENTE,
PER ME SI VA NE L’ ETERNO DOLORE,
PER ME SI VA TRA LA PERDUTA GENTE.

GIUSTIZIA MOSSE IL MIO ALTO FATTORE;
FECEMI LA DIVINA PODESTATE,
LA SOMMA SAPÏENZA E ‘L PRIMO AMORE.

DINANZI A ME NON FUOR COSE CREATE
SE NON ETTERNE, E IO ETTERNO DURO.
LASCIATE OGNE SPERANZA, VOI CH’INTRATE.

[POR MÍ SE LLEGA A LA CIUDAD DOLIENTE,
POR MÍ SE LLEGA AL LLANTO DURADERO,
POR MÍ SE LLEGA A LA PERDIDA GENTE.

ME HIZO MI ALTO HACEDOR POR JUSTICIERO;
EL DIVINO PODER ME DIO SEMBLANZA,
LA SUMA CIENCIA Y EL AMOR PRIMERO.

NADA HAY CREADO QUE EN EDAD ME ALCANZA,
SINO LO ETERNO Y YO ETERNA DURO.
¡PERDED CUANTOS ENTRÁIS TODA ESPERANZA!]

El infierno tiene forma de embudo, un embudo que va estrechándose a medida que Dante desciende. Los círculos se reducen, y la gravedad de la condena es directamente proporcional a la profundidad de la estructura. Hay una palabra común al italiano y al español (no así en otras lenguas) que refleja de modo magistral este concepto: a mayor gravedad del pecado, la fuerza de la gravedad es mayor y atrae al condenado con más rigor hacia el fondo. Al final, en el punto más bajo, está Lucifer, y detrás de él la puerta que comunica con el purgatorio, convirtiendo el abajo en arriba.

En el primer círculo se halla el limbo, donde están las personas sin bautizar. Debió de tener grandes dificultades con sus poetas latinos favoritos —las estrellas del Renacimiento— para abandonarlos a su suerte en el Infierno. «Sentí en el corazón una gran pena», confiesa. Hizo una pequeña trampa y los colocó en un limbo intermedio: el de los justos, al lado de los patriarcas bíblicos, pero sin haber podido ser rescatados por el Salvador. Y así, al lado de Abel y Noé, de Abraham, Moisés y David, vemos «al mayor de los poetas», a Homero, «con una espada en la mano», y tras él a Horacio, Ovidio, Lucano. Tiene algo de misterioso y fantasmal ese «castillo noble, / siete veces cercado de altos muros, / defendido de un bello riachuelo», donde la gente, «de ojos lentos y graves», habla poco y con voz suave. Allí, junto a Sócrates y Platón, se halla toda la «filosófica familia»: Diógenes, Demócrito, Anaxágoras, Tales, Empédocles, Heráclito, Zenón… Y cuando salen de aquel oasis de quietud al aire tembloroso, llegan a un sitio «en donde nada luce». Ha empezado el descenso a los círculos infernales.

No podemos recorrer todos los círculos con la atroz exactitud con que Dante los recorrió guiado por Virgilio. Baste saber que casi todos los círculos han sido objeto y pasto de la literatura. El primer círculo tituló Solzhenitsin una estremecedora novela en que están confinados los científicos (e incluso los filólogos) más o menos críticos con el régimen estalinista. El capítulo II de la novela se titula «La idea de Dante». Con ironía dantesca dice un preso recién llegado a la cárcel: «Nunca me he sentido tan bienaventuradamente feliz como hoy. ¿Adónde he ido a parar? ¡Mañana no me echarán al agua helada! ¡Cuarenta gramos de mantequilla! ¡Pan negro en las mesas! ¡No prohíben los libros! ¡Uno mismo puede afeitarse! ¡Los carceleros no pegan a los presos! Pero ¿qué día tan grandioso es este? ¿Cuándo se vio una cima tan resplandeciente? ¿Estaré ya muerto, quizá? ¿Lo estaré soñando? ¡Me parece estar en el paraíso!». El segundo círculo, es una novela reciente de Ernesto Pérez Zúñiga, en la que, bajo el género de terror, desenmascara la cruel hipocresía de la sociedad actual. Desde el tercer círculo, de Alejandro Carneiro, es un sarcástico relato de ciencia-ficción, lleno de guiños y alusiones, en el que incluye uno de los nuevos castigos que Dante omitió: el de la burocracia. «Todo el sistema —dice— está controlado por una serie de oficinas en cada sección de círculo, dependientes de una oficina central de círculo, que tiene otra oficina central por encima, con varios departamentos e infinidad de subdepartamentos, que harían las delicias de Kafka, el cual creo que se halla de jefe subdelegado en uno de ellos y tiene fama de oficinista temible». (Ya Gógol, en Almas muertas, I,7, vio a dos solicitantes recorriendo pasillos y despachos guiados por un oficiante, «como en otro tiempo sirvió a Dante Virgilio»). El séptimo círculo fue una colección de narrativa policíaca dirigida por Borges y Bioy Casares para la editorial Emecé de Buenos Aires entre los años 1945 y 55. El octavo círculo es denominado Malebolge («Malasbolsas»), y sabemos que Miguel Ángel Asturias, seducido por esa bolsas donde se castigaba el fraude, el engaño, la mentira, durante mucho tiempo quiso dar ese título a su primera y gran novela, que al fin recibió el de El Señor Presidente. Y, en fin, El noveno círculo es una novela última de Arnaud Delalande, en la que un asesino recurre para su ominosa tarea al facilis descensus (o no) al Infierno de Dante: está dividida en nueve círculos y cada uno de ellos en tres cantos, que llevan títulos como «La selva oscura», «El vestíbulo del Infierno» o «Hacia el Paraíso». El noveno es el último círculo. Carneiro traduce como «una enorme planicie de hielo con horizonte de oscuridad» el lago dantesco «che per gelo / avea di vetro e non d’acqua sembiante». ¿Se puede decir mejor de un lago helado que tenía el rostro de vidrio y no de agua?

Premeditadamente he recurrido a ciertos escritores poco conocidos, y en ocasiones en las antípodas de Borges, para mostrar cómo Dante sigue presente como fuente literaria incluso de géneros literarios tan populares como el de terror, ciencia-ficción o policial, al margen de simbolismos y teologías. Matthew Pearl escribió el primer borrador de El club Dante con menos de 25 años, mientras cursaba estudios de Derecho en Yale. En el prólogo de ficción nos recuerda que «en 1867, el poeta H. W. Longfellow completó la primera traducción norteamericana de la Divina Comedia, el revolucionario poema de Dante sobre el más allá… Como señalaba T. S. Eliot, Dante y Shakespeare se reparten entre los dos el mundo moderno, y la mitad del mundo correspondiente a Dante se ensancha de año en año». Balzac habla de una mirada de Ester, la Torpedo, arrodillada ante un sacerdote: «Miraba la pobre chica el papel redentor con una expresión que se le olvidó a Dante y que sobrepasaba las invenciones de su Infierno» (Esplendores y miserias de las cortesanas, 1: Cómo aman las cortesanas, en OC, VI, Barcelona, Aguilar/Santillana, 2003, pág. 32b). Y ha sido Nicanor Parra quien ha recorrido de nuevo el infierno en uno de sus poemas (o antipoemas) de Versos de Salón (1962):

Viaje por el infierno

En una silla de montar
Hice un viaje por el infierno.

En el primer círculo vi
Unas figuras recostadas
Contra unos sacos de trigo.

En el segundo círculo andaban
Unos hombres en bicicleta
Sin saber dónde detenerse
Pues las llamas se lo impedían.

En el tercer círculo vi
Una sola figura humana
Que parecía hermafrodita.

Esa figura sarmentosa
Daba de comer a unos cuervos.

Seguí trotando y galopando
Por espacio de varias horas
Hasta que llegué a una cabaña
En el interior de un bosque
Donde vivía una bruja.

Un perro me quiso morder.

En el círculo número cuatro
Vi un anciano de luengas barbas
Calvo como una sandía
Que construía un pequeño barco
En el interior de una botella.

Me dio una mirada afable.

En el círculo número cinco.
Vi unos jóvenes estudiantes
Jugando fútbol araucano
Con una pelota de trapo.
Hacía un frío salvaje.
Tuve que pasar la noche
En vela en un cementerio
Arrimado contra una tumba
Para no morirme de frío.

Al otro día continué
Mi viaje por unos cerros
Y vi por primera vez
Los esqueletos de los árboles
Incendiados por los turistas.

Solo quedaban dos círculos.
En uno me vi yo mismo
Sentado a una mesa negra
Comiendo carne de pájaro:
Mi única compañía
Era una estufa a parafina.

En el círculo número siete
No vi absolutamente nada
Solo oí ruidos extraños
Escuché unas risas espantosas
Y unos suspiros profundos
Que me perforaban el alma.

No es posible recorrer todos los círculos, ya se ha dicho. Tampoco las siete terrazas del Purgatorio, donde se purgan los pecados capitales; ni los asombros que la palabra no alcanza a expresar; ni las esferas luminosas del cielo, o por decirlo directamente con un sonoro verso, «la forma general del Paraíso» (XXXI,52).

Dante heredó de Virgilio la música. Mandelstam ha escrito que «si quisiéramos aprender a oír a Dante, deberíamos oír la culminación del clarinete y del oboe, deberíamos oír la viola transformada en violín y el alargamiento del pistón del corno francés. Y deberíamos ser testigos de la formación en torno al laúd y a la tiorba del nebuloso núcleo de la futura orquesta tripartita y homofónica». Mandelstam habla de que «el poema entero es una sola estrofa unificada e indivisible», habla del «órgano de Bach», habla de «configuración cristalográfica», quizá de sinfonía. Tal vez por eso no podía dejar de tentar a los músicos. Liszt volvió dos veces sobre Dante: en el segundo de sus Années de pèlerinage le dedicó 17 minutos de piano Après une lecture de Dante; compuso también la Sinfonía sobre la «Divina Comedia» de Dante, aunque solo el «Infierno» y el «Purgatorio», que aun así consumen 42 minutos. La obra está dedicada a su amigo y futuro yerno, Richard Wagner, y la ausencia del «Paraíso» parece que se debió a la sugerencia del propio Wagner, que acabó por convencerlo de que el Paraíso no es cosa de este mundo y, como tal, se halla fuera del alcance de cualquier inspiración humana. El episodio de Paolo y Francesca en especial mereció la repetida atención del pentagrama: Chaikovski y Antonio Bazzini, entre otros, le dedicaron sendos poemas sinfónicos, y Rajmáninov, una «ópera en dos cuadros, un prólogo y un epílogo».

Los lectores han reconocido hexámetros virgilianos bajo los endecasílabos de Dante. Otros han sido ampliamente citados. La bocca mi basciò tutto tremante, el verso en que recuerda Francesca el beso de Paolo y el cierre del libro al llegar a cierta página, mereció abrir una rima de Bécquer e inspirar el poema de Borges «Inferno, V,129», de La cifra. «El amor que rebulle en tus labios / sabe a Boccaccio», añadiría Moreno Villa en otros versos. El último de ese canto V dice E caddi come corpo morto cade. Siglos después el Principito, herido de muerte, caería «como cae un árbol».

La música, la palabra. Imágenes, como la del lago de vidrio, la ciudad del fuego, el dulce color del oriental zafiro, el licor de los olivos, los párpados vistos como los labios de los ojos, la arena ardiente, el arroyuelo «cuyo rojo color aún me horripila», las estrellas que iluminan el final de cada parte, la imprecisa sonrisa de Beatriz, «que a uno haría feliz hasta en el fuego»; o ese prodigioso endecasílabo, s’io m’intuassi, come tu t’inmii, que apenas es posible superar incluso traducido: «si me entuyase yo cual tú te enmías» (Paraíso IX,81). ¡Y todavía el poeta se lamenta: «Si tuviera, cual tengo fantasía, / palabras»…!

Quevedo titularía uno de los mejores sonetos de la lengua castellana Amor constante más allá de la muerte (que más adelante veremos). Cabe preguntarse si la Comedia no es la obstinada búsqueda del amor de Beatriz, incluso más allá de la tumba, por parte de un peregrino extraviado en una selva oscura. Un estudio interesante, que ignoro si ya está hecho, sería el de las transgresiones del amor en la peregrinación de un hombre que busca el amor más puro, ¡precisamente por una mujer que ya estaba casada! ¿Qué encerraba la enigmática sonrisa final de Beatriz? «E ov’è ella?», pregunta Dante a San Bernardo cuando Beatriz desaparece en el Paraíso (XXXI,64). Palabras que también glosará Amado Nervo en uno de los poemas de La amada inmóvil.

Se sabe que Samuel Beckett llevaba siempre consigo una Divina Comedia de bolsillo, como Cervantes llevaba un Garcilaso, y ya se ha estudiado su influencia. Y Borges, que había dicho que «el ápice de la literatura y de las literaturas es la Comedia», un libro «que seguimos leyendo y que nos sigue asombrando, que durará más allá de nuestra vida, muchos más allá de nuestras vigilias y que será enriquecida por cada generación de lectores», concluyó diciendo: «La Comedia es un libro que todos debemos leer. No hacerlo es privarnos del mejor don que la literatura puede darnos… ¿Por qué negarnos la felicidad de leer la Comedia?».