La biblioteca de Sherlock Holmes

En vista del éxito obtenido por la nota holmesiana de la semana pesada, «La memoria y la cita», y dado que una de las cosas menos advertidas de Holmes es su capacidad lectora, su actividad como escritor y su amparo en el violín y los libros, publicamos hoy esta biblioteca, que pertenece al Libro de las bibliotecas imaginarias, de Emilio Pascual, de próxima aparición.

El Dr. Watson asegura que Holmes leía «de manera inconexa», y ya sabemos lo que opinaba de lectores tales: «rara vez se distinguen por la exactitud de sus conocimientos» [1]. Sin embargo, a pesar de la desconfianza de Watson hacia las lecturas de Holmes, en más de una ocasión lo pinta «sepultado» o «sumido» en sus viejos libros.

Siempre he sentido curiosidad por los libros que se alojaban en la biblioteca de Sherlock Holmes. No hay muchos datos sobre ella, aunque de algún lugar saldrían los que abarrotaron el desván de su casita, en las tierras bajas de Sussex, donde Holmes se había retirado, lejos del mundanal ruido, para dedicarse por completo al sosegado contacto con la naturaleza y a estudiar la vida de las abejas. Entre éstos estaba Al aire libre, de J. G. Wood: era «un pequeño volumen de color chocolate y plata». Un buen número de ellos procedía sin duda de aquel «montón de libros de consulta» que hubo en algún rincón del 221 B de Baker Street, entre los que podemos catalogar «el primer volumen de una Geografía que estaba publicándose por tomos» y una Enciclopedia Americana.

De algunos ha quedado memoria, pertenecieran o no al mismo montón. Así, el De iure inter gentes (Lieja, 1642), un ejemplar en latín que había pertenecido al «divino inglés», William White, más conocido por el pseudónimo de Gulielmus Phalerius. Lo adquirió en un puesto de libros de lance. En una tabaquería de Birlstone, en el condado de Sussex, compró por un penique una sugerente historia de la casa solariega de Birlstone. Allí estaba también El martirio del hombre, de William Winwood Reade, que Holmes lo consideraba «uno de los libros más interesantes jamás escritos», y un Petrarca de bolsillo que lo acompañó en alguna de sus correrías. Es seguro que hubo también un ejemplar de la Vie de Bohème, de Henri Murger, y otro de relatos de Clark Russell, si bien no está comprobado que pertenecieran a Holmes. Conocía El vudú y las religiones africanas, de Eckermann, pero lo leyó en la biblioteca del Museo Británico. También conocía La dinámica de un asteroide, del profesor James Moriarty, aunque no consta que estuviera en su biblioteca. Tampoco sabemos si llegaron a la biblioteca El origen del culto a los árboles, un Catulo, Aves de Inglaterra, La guerra santa y otros ejemplares raros que pasaron por sus manos al socaire de su disfraz de librero. Tuvo bajo su lupa un palimpsesto, aunque su interés resultó ser tan relativo como la contabilidad de una abadía de la segunda mitad del siglo xv.

En la primavera de 1897, con motivo de una cura de reposo ordenada por el doctor Moore Agar, Sherlock Holmes habitó una casita de campo cerca de la bahía de Poldhu, en el extremo más apartado de la península de Cornualles. Cuenta Watson que «el antiguo idioma de Cornualles había despertado su interés y se le metió en la cabeza la idea de que estaba emparentado con el caldeo y que derivaba en gran parte del lenguaje de los traficantes de estaño fenicios». Con tal objeto —puntualiza Watson— «había recibido un cargamento de libros de filología».

Estamos ante una de esas brillantes paradojas que no hubiera desdeñado el socarrón de Chesterton. Tras su primer examen, indudablemente imperfecto, Watson juzgó que los conocimientos de Holmes en materia de literatura, filosofía y astronomía eran nulos. ¿Nulos? Pues su nulidad no le impidió saber de la existencia de los Grimm, hablar de George Meredith, acudir a los libros de Samuel —aunque cierta coquetería deductiva lo indujera a presumir de que sus «conocimientos bíblicos estaban un poco oxidados»— o disertar sobre los autos sacramentales. Quizá no fuera tan buen matemático como el profesor Moriarty, pero una sencilla operación de geometría práctica le ayudó a descifrar el misterio de un antiguo manuscrito. Supo retener en la memoria un verso de Antonio y Cleopatra y otro de la segunda parte de Enrique VI [2], una sentencia de Fausto y un epigrama «del viejo Goethe» [3], un aforismo de Tácito [4], un proverbio persa, una máxima de La Rochefoucauld [5], un alejandrino de Boileau [6] y una línea de una carta de Flaubert a George Sand [7]. También había leído —y recordaba— «una cosa muy curiosa pero muy profunda» de Jean-Paul: que la principal prueba de la grandeza del hombre está en su capacidad de percibir su propia pequeñez. Quizá el doctor Watson olvidaba que Holmes estuvo dos años como mínimo [8] en la Universidad. Y si atribuyó indebidamente a Richard Baxter unas palabras de Bradford, ¿quién no ha colocado a Mercucio en Hamlet una vez?

Su tarea como escritor no es abundante pero tampoco desdeñable. Él mismo se confesó «culpable de varias monografías, todas ellas sobre temas técnicos». Una de ellas, intitulada De las diferencias entre las cenizas de los diversos tabacos, es un minucioso prontuario en el que se citan «ciento cuarenta clases de cigarros, cigarrillos y tabacos de pipa, con láminas en color que ilustran las diferencias entre sus cenizas». Al mismo género pertenece una «sobre las huellas de las pisadas, con algunos comentarios acerca del empleo de escayola para conservar las impresiones» [9], y otra «sobre la influencia de los oficios en la forma de las manos, con litografías de manos de pizarreros, marineros, cortadores de corcho, cajistas de imprenta, tejedores y talladores de diamantes». Hay una más sobre la datación de documentos manuscritos e incluso alguna vez pensó seriamente en escribir una monografía sobre el humor de los perros para deducir el de sus amos y otra sobre el arte de fingirse enfermo. No consta que lo hiciera. En Montpellier realizó una investigación sobre los derivados del alquitrán de carbón, aunque no tenemos la certeza de que se plasmara en una monografía. Tampoco sobre una materia tan poco «práctica» como la música de la Edad Media, objeto al que algún tiempo anduvo aficionado. Sí escribió una sobre los motetes polifónicos de Orlando di Lasso, que fue publicada para distribuirse en círculos privados y aun parece que «constituye la última palabra sobre el tema».

El primer escrito de que se tiene noticia fue un artículo titulado El libro de la vida, en el que exponía sus contundentes puntos de vista sobre la observación, la deducción y el análisis. No dudaba que se pudiera «inferir de una gota de agua la posibilidad de la existencia de un Océano Atlántico o de un Niágara sin necesidad de haberlos visto u oído hablar de ellos». Y, aunque se había propuesto dedicar sus años de decadencia a componer «un libro de texto» que compendiara «en un solo volumen todo el arte de la investigación», no hay noticia de que sistematizara nunca el material acumulado en sus archivos. Lo que sí escribió al final de su vida, mientras «vivía como un ermitaño con sus abejas y sus libros en una pequeña granja del Sur», fue un Manual práctico del apicultor, con algunos comentarios acerca de la separación de la reina, la «obra magna» de sus últimos años. Entre estos dos escritos puede razonablemente situarse su vida pública.

Podía fumar varias pipas seguidas, tomar rapé, morfina y cocaína. En un apretado análisis, el Dr. Watson lo catalogó como «violinista, boxeador, esgrimidor, abogado y autoenvenenador a base de tabaco y cocaína», además de «uno de los hombres más desordenados del mundo» [10]. Es cierto que en algún momento matiza este dibujo apresurado, elogiando su austeridad [11] y precisando que «el uso ocasional de la cocaína» era su modo de protestar contra «la monotonía de la existencia». Con todo, ni el propio Holmes se recataba de confesar su impresión de que «habría podido ser un delincuente muy eficaz» [12]. De Juan Berrocal, candidato a alcalde de Daganzo, conocíamos su instinto infalible «para ser sacre en esto de mojón y catavinos»: sesenta y seis sabores, «todos vináticos», tenía estampados en el paladar; Holmes llegó a ser capaz de distinguir setenta y cinco perfumes diferentes, hazaña quizá sólo superada por Grenouille [13]. Además de tocar el violín, fue «un compositor de méritos fuera de lo común». (Siempre me ha sorprendido cómo unas manos capaces de interpretar a Paganini pudieron dedicarse alguna vez al boxeo y hacer de su dueño «uno de los mejores boxeadores de su peso». Misterios de la naturaleza). Había adquirido por 55 chelines un Stradivarius —«que valía por lo menos quinientas guineas»— en la tienda de un judío de Tottenham Court Road [14]. Nadie duda que supiera tocar la barcarola de Los cuentos de Hoffmann [15], pero la que se oyó en Baker Street cierta tarde de un día de verano no brotó del violín de Holmes, sino de un gramófono, «invento extraordinario». Admiraba a Wilma Norman-Neruda y sobre todo a Sarasate. Conoció a Charlie Peace, virtuoso del violín como del crimen. Oyó al tenor Jean de Reszke en Les Huguenots. Acaso le rozó el amor, y hay razones para creer que guardó una fotografía de Irene Adler —la mujer— hasta su muerte: en todo caso llegó tarde, como había llegado tarde a una ópera de Wagner [16].

Platón acaba su Fedón refiriéndose a Sócrates como «el mejor hombre de cuantos hemos conocido y, muy destacadamente, el más inteligente y el más justo». El Dr. Watson, acaso rememorando a Sócrates, concluyó «El problema final» con una evocación de Sherlock Holmes «como el mejor y el más inteligente de los hombres que hubiera conocido». ¿Pensó alguna vez Holmes que en su caso la inteligencia, como la bondad o las rosas, le había sido otorgada por añadidura?



[1] Opinión que casa mal con la del joven Stamford, quien ponderaba su pasión por «lo concreto y exacto en materia de conocimientos».

[2] «That age doth not wither nor custom stale my infinite variety» (Antonio y Cleoptatra, acto II, esc. 2ª, 233), acomodado a la situación, y «Thrice is he arm’d that hath his quarrel just» (II parte de Enrique VI, acto III, escena 2ª, 233).

[3] «Wir sind gewohnt, daß  die Menschen verhöhnen, / Was sie nicht verstehn» (Fausto, 1ª parte, vv. 1205-1206). «Schade, daß die Natur nur einen Menschen aus dir schuf, / Denn zum würdigen Mann war und zum Schelmen der Stoff» (Xenien, 7). Conviene advertir que ambos textos fueron recitados en su lengua original. El propio Sherlock Holmes sostenía que, a pesar de su falta de musicalidad, «el alemán es el más expresivo de los idiomas».

[4] «Omne ignotum pro magnifico» (Agricola, 30, 3).

[5] «Il n’y a pas des sots si incommodes que ceux qui ont de l’esprit» (Máximas morales, 451).

[6] «Un sot trouve toujours un plus sot qui l’admire» (Art poétique I, 232).

[7] «L’homme c’est rien, l’œuvre c’est tout» (diciembre de 1875).

[8] «Como mínimo», en efecto, pues si sólo estuvo dos años, ¿por qué le dice a Watson que «durante mis últimos años en la Universidad se habló allí mucho de mí y de mis métodos»?

[9] Es posible que contuviera un apéndice sobre las huellas de los neumáticos de bicicleta, pues era capaz de reconocer cuarenta y dos huellas diferentes.

[10] Watson llegó a describirlo como «una persona que guardaba los puros en el cubo del carbón, el tabaco en las babuchas persas y clavaba con un cuchillo la correspondencia sin contestar en la repisa de madera de la chimenea». Y añade: «Siempre he mantenido que practicar con el revólver debía ser, claramente, un deporte exterior; de modo que, cuando Holmes, en uno de sus extraños estados de humor, se sentaba en una butaca, empuñaba su revólver y con un centenar de cartuchos Boxer se dedicaba a agujerear la pared de enfrente con un patriótico V[ictoria] R[egina] a modo de decoración, no podía menos de pensar que ni la atmósfera ni el aspecto de nuestro cuarto salían beneficiados».

[11] En una ocasión le oímos decir: «Una hogaza de pan y un cuello limpio: ¿Qué más necesita un hombre?».

[12] En lo que pudo compararse a Tito «que sabía imitar cualquier letra con sólo verla una vez y que con frecuencia alardeaba de que hubiera podido ser un excelente falsificador» (Suetonio, Tito, 3,2).

[13] Jean-Baptiste Grenouille (1738-1767) «a los seis años ya había captado por completo su entorno mediante el olfato. No había ningún objeto, ningún lugar, ninguna persona, ninguna piedra, ningún árbol, arbusto o empalizada, ningún rincón, por pequeño que fuese, que no conociera, reconociera y retuviera en su memoria olfativamente, con su identidad respectiva. Había reunido y tenía a su disposición diez mil, cien mil aromas específicos, todos con tanta claridad, que no solo se acordaba de ellos cuando volvía a olerlos, sino que los olía realmente cuando los recordaba…». Sólo ha habido otro caso parecido de memoria general: el de Ireneo Funes (1868-1899), estricto contemporáneo de Holmes. Como todo el mundo sabe, «Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado».

[14] El violín de Holmes, si no resulta apócrifo el manuscrito del Dr. Watson recientemente descubierto entre los papeles de la señora Hudson, acabó en la Fundación Rockefeller, y sólo Jascha Heifetz fue digno de tocar con él.

[15] Hasta yo la toqué con la bandurria «cuando Dios quería».

[16] El profesor Godbole —asiduo de la biblioteca del Nilgiri, en la estación de montaña de Ootacamund al sur de la India—, que llegó a dirigir una tesis con el tema de La novela policíaca en Inglaterra  desde Conan Doyle a Peter Dickinson, afirmó en una conferencia que la única persona que consiguió penetrar por un resquicio del disfraz de Holmes fue «madame Irene Adler, de quien se dice que Holmes a partir de entonces se refirió a ella llamándola La Mujer». Y si Holmes fue un personaje único, «un super-personaje», se debió a la rara conjunción de haber sido «capaz de combinar al más alto nivel la intuición del poeta con el análisis lógico del matemático».

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1 comentario en «La biblioteca de Sherlock Holmes»

  1. Me parece un artículo sumamente interesante. Hasta la fecha he escrito dos libros de temática holmesiana: «Un Ático en Westcliff» y «Holmes Watson 1903-1904» y el mes que viene se publicará el próximo: «Los cuadernos secretos de Sherlock Holmes».
    Me gustaría saber si se encuentra a la venta «La biblioteca de Sherlock Holmes». Muchas Gracias.

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