He aquí el caso opuesto a ‘cónyuge’, del que hablamos la pasada semana, a propósito de la fonética y sus tribulaciones. Joder —cuyo significado no es preciso acotar— procede del latín futuere, que significa exactamente eso. Marcial escribe: Saepe ego Chrestinam futui (II,31), que, en un endecasílabo de urgencia, podría traducirse como: «He jodido a Cristina muchas veces». A su lado, la variante fututio -onis, de la que hay un notable ejemplo en Catulo: nouem continuas fututiones (32,8), que Aníbal Núñez tradujo un día de modo insuperable: «nueve polvos seguidos».
En el lenguaje cotidiano, joder tiene también el significado de ‘molestar’ o ‘fastidiar’, y en esta acepción ha sido utilizada sobre todo por autores latinoamericanos. Y así, no falta en Arguedas, Mariano Azuela, Bryce Echenique, Cabrera Infante, Cortázar, Donoso, García Márquez, Icaza, Roa Bastos, Sabato o Vargas Llosa. Pero, en su significado primero, la encontramos desde muy antiguo.
Ahora bien, en español la f latina en general ha dado h. De hecho, en La lozana andaluza (1528) podemos leer: «Ellos a hoder, y nosotras a comer» (Cátedra, pág. 335). En los versos eróticos de Hurtado de Mendoza y en letrillas anónimas de la época hallamos hoder y hoderte. Y es frecuente en la Carajicomedia, una obra anónima de 1519, donde aparece en una u otra forma (hoder, hodas, hodamos, hodiendo) no menos de veinte veces.
Pero la h procedente de esa f se trataba de una h aspirada, y hasta tal punto, que impedía la sinalefa en los versos, de los que en el XVI hay multiplicidad de testimonios. Recuérdese por ejemplo uno muy famoso de Fray Luis: «¡Qué descansada vida / la del que huye el mundanal ruïdo!». Se podía casi pronunciar como don Quijote cuando, por armonía imitativa de sus libros de caballería, se ponía arcaizante: «Non fuyan las vuestras mercedes».
Con todo, hoder era una palabra secreta. Su transmisión se realizó no tanto por vía escrita como por vía oral (y no albergo aviesas intenciones). En este caso no hubo correctores que transformaran las grafías vulgares en cultas, el pueblo siguió pronunciándola aspirada, y tan aspirada que, cuando empezó a salir de los papeles secretos a los públicos, la hache ya se había convertido en jota sin remisión. Se democratizó de tal forma que, cuando un pastor de mi pueblo oía ¡joder!, respondía invariablemente: «Jodamos, que todos somos hermanos».