5 comentarios en «Jeroglífico: literatura española»
Recién iniciadas las vacaciones, y vacado, pues, de tribulaciones, esmérome, aunque «trompiece» en este Tor de baratillo: La z (m)ar(t)illo de Tor M es.
¡Hala, por desautoagraviado me tengo!
Si su merced pudo ser agraviado, nunca afrentado; porque entre el agravio y la afrenta hay esta diferencia, como mejor sabe su merced: la afrenta viene de parte de quien la puede hacer, y la hace y la sustenta; el agravio puede venir de cualquier parte, sin que afrente. Sea ejemplo: está uno en la calle descuidado, llegan diez con mano armada y, dándole de palos, pone mano a la espada y hace su deber, pero la muchedumbre de los contrarios se le opone y no le deja salir con su intención, que es de vengarse; este tal queda agraviado, pero no afrentado. Y lo mismo confirmará otro ejemplo: está uno vuelto de espaldas, llega otro y dale de palos, y en dándoselos huye y no espera, y el otro le sigue y no alcanza; este que recibió los palos, recibió agravio, mas no afrenta, porque la afrenta ha de ser sustentada. Si el que le dio los palos, aunque se los dio a hurtacordel, pusiera mano a su espada y se estuviera quedo, haciendo rostro a su enemigo, quedara el apaleado agraviado y afrentado juntamente: agraviado, porque le dieron a traición; afrentado, porque el que le dio sustentó lo que había hecho, sin volver las espaldas y a pie quedo. Y así, según las leyes del maldito juego de los jeros, su merced podría estar a lo sumo autoagraviado, mas nunca afrentado…
Si eso es así, como Vd. dice, hemos de cambiar rápidamente el Cid y donde dice la afrenta de Corpes, enmendarlo con el agravio de ídem, porque los muy bellacos malsines salieron de naja y allí las dejaron, agraviadas, mas no afrentadas…
Yo me lavo las manos en Corpes y en toda la geografía cidiana. La doctrina la he aprendido en los discursos completos de don Quijote. Y según me la han vendido la vendo.
¡Cómo me complace ver que los dos maestros de la jeroglifilia blanden plumas, ya que no espadas! Pues es digna emulación del diálogo entre Babieca y Rocinante, eso me recuerda otro duelo entre Corchuelo y un licenciado, a las puertas de las bodas de Camacho, acerca de la destreza de la espada, cosa en la que parece que el diestro Quevedo y el teórico Cervantes no anduvieron muy de acuerdo. Pero, como (no) dijo el abad, «bendito sea Valle-Inclán que nos envía que leer».
Recién iniciadas las vacaciones, y vacado, pues, de tribulaciones, esmérome, aunque «trompiece» en este Tor de baratillo: La z (m)ar(t)illo de Tor M es.
¡Hala, por desautoagraviado me tengo!
Si su merced pudo ser agraviado, nunca afrentado; porque entre el agravio y la afrenta hay esta diferencia, como mejor sabe su merced: la afrenta viene de parte de quien la puede hacer, y la hace y la sustenta; el agravio puede venir de cualquier parte, sin que afrente. Sea ejemplo: está uno en la calle descuidado, llegan diez con mano armada y, dándole de palos, pone mano a la espada y hace su deber, pero la muchedumbre de los contrarios se le opone y no le deja salir con su intención, que es de vengarse; este tal queda agraviado, pero no afrentado. Y lo mismo confirmará otro ejemplo: está uno vuelto de espaldas, llega otro y dale de palos, y en dándoselos huye y no espera, y el otro le sigue y no alcanza; este que recibió los palos, recibió agravio, mas no afrenta, porque la afrenta ha de ser sustentada. Si el que le dio los palos, aunque se los dio a hurtacordel, pusiera mano a su espada y se estuviera quedo, haciendo rostro a su enemigo, quedara el apaleado agraviado y afrentado juntamente: agraviado, porque le dieron a traición; afrentado, porque el que le dio sustentó lo que había hecho, sin volver las espaldas y a pie quedo. Y así, según las leyes del maldito juego de los jeros, su merced podría estar a lo sumo autoagraviado, mas nunca afrentado…
Si eso es así, como Vd. dice, hemos de cambiar rápidamente el Cid y donde dice la afrenta de Corpes, enmendarlo con el agravio de ídem, porque los muy bellacos malsines salieron de naja y allí las dejaron, agraviadas, mas no afrentadas…
Yo me lavo las manos en Corpes y en toda la geografía cidiana. La doctrina la he aprendido en los discursos completos de don Quijote. Y según me la han vendido la vendo.
¡Cómo me complace ver que los dos maestros de la jeroglifilia blanden plumas, ya que no espadas! Pues es digna emulación del diálogo entre Babieca y Rocinante, eso me recuerda otro duelo entre Corchuelo y un licenciado, a las puertas de las bodas de Camacho, acerca de la destreza de la espada, cosa en la que parece que el diestro Quevedo y el teórico Cervantes no anduvieron muy de acuerdo. Pero, como (no) dijo el abad, «bendito sea Valle-Inclán que nos envía que leer».