Hace tiempo que algunos lectores vienen pidiendo que saquemos del rincón oscuro las infracciones de infligir. Sin saber cómo, otras voces se han ido adelantando. Hasta que hoy, tras la lectura del buen cuento de un buen amigo, que sin embargo confunde por dos veces infringir con infligir, creo que ha llegado el momento de las multas.
Tanto infligir como infringir son prácticamente dos palabras latinas: la primera procede de infligere (= ‘herir’, ‘sacudir’, ‘golpear’), y la segunda de infringere (= ‘romper’, ‘quebrantar’, ‘hacer pedazos’); pero ambas no tienen en común más que la preposición inicial. Infligere viene de in y fligo, ‘golpear’; infringere, de in y frango, ‘quebrar’. De la familia de fligo han salido ‘aflicción’, ‘afligido’, ‘conflicto’ y derivados: es decir, dentro del campo semántico de ‘golpe’ o ‘choque’; de la de frango, a través de su participio fractum, ‘fracción’ e ‘infracción’, ‘fractura’, ‘fragmento’ y derivados: esto es, siempre relacionados con ‘romper’ o ‘quebr(ant)ar’.
Así pues, infligir tiene que ver con el dolor, el daño, el castigo, y por eso significa ‘causar daño’ o ‘imponer un castigo’, mientras que infringir tiene que ver con algún tipo de rotura o quebrantamiento de una norma, regla o ley, y significa ‘quebrantar leyes, órdenes, etc.’. De ese modo, cuando el don Pedro de la Pardo Bazán está «determinado a infligir el castigo ofrecido, lo aplicó en efecto cerca de una oreja, largo y sonoro» (Los pazos de Ulloa, Cátedra, 1997, pág. 208). En cambio, aunque la doña Paula de Clarín «había prohibido los ruidos, todos los ruidos», hubo un momento en que «Teresina creyó que el recado de las señoritas de Guimarán era cosa grave, y merecía la pena de infringir la regla general» (La Regenta, II, Castalia, 1982, pág. 341).
El daño o castigo puede ser tal que llegue a la muerte, como el huérfano de «El regreso», de Francisco Ayala, que «le infligió allí la muerte que diez años antes diera él a su padre» (La cabeza del cordero, Cátedra, 1998, pág. 137). Y las infracciones no solo son de leyes civiles o preceptos morales, sino incluso de prescripciones científicas. «Ocurrió este suceso memorable la tarde del día en que don Victoriano infringió las prescripciones de la ciencia, comiéndose media libra de pan tierno» (E. Pardo Bazán, El cisne de Vilamorta, 1885, VI).
Concluyamos diciendo que al que infrinja el buen lenguaje con confusiones y prevaricaciones lingüísticas se le infligirán algunos de los azotes que quedaron de non en el vápulo de Sancho. Y no deja de ser curioso que una fracción —que, en cuanto parte, es una rotura— sea también un quebrado.