Con motivo de la protesta de la Plataforma «Salvemos la Vega» contra el deterioro de la vega de Granada, acosada, si todavía no destruida del todo, por la invasión del ladrillo voraz y nunca ahíto, oí en boca de un locutor de radio la palabra vegacidio. El locutor entrevistaba a diferentes personajes —del mundo de la música, las letras, la docencia—, a propósito del concierto musical que se celebrará el próximo día 26 para reivindicar la defensa y protección del espacio agrario perseguido, y se habló de la «lucha por la vida de la vega» y en contra del vegacidio. «Vaya —me dije—. ¡Por fin un locutor que sabe lo que significa el sufijo –cidio!». Porque, aun sin vociferar, clamaba en efecto contra «el exterminio de la vega».
Mi gozo duró poco. Hace unas semanas dimos cuenta aquí mismo de una estupidez exhibida en El País por un columnista que empleaba austericidio justamente en el sentido contrario del que pretendía. Pero ya sabemos que la estupidez es contagiosa, y la predicación en desierto, inútil. La de la «predicación en desierto» y el «sermón perdido» era mi abuela, y mi abuelo añadía que «enseñar al que no sabe es obra de caridad, pero enseñar al que no quiere aprender es una barbaridad».
Inutilidad o barbaridad, lo cierto es que, en cuanto a un político o columnista se les llena la boca con una palabra pretendidamente eufónica como si fuera un polvorón, no parece sino que, por disparatada que sea, se propaga como la pólvora o el polvorón. De modo que mi gozo duró muy poco, ya digo. Porque, abriendo El País del viernes 18 de abril horas después de la emisión radiofónica, hallé una columna de José Carlos Díez titulada precisamente «Continúa el austericidio» (y los idiomicidas, pensé yo).
Su tesis es que la austeridad y los recortes sin tasa están llevando a Europa «al borde del precipicio», y que si en los Estados Unidos de América «los republicanos hubieran ganado las elecciones de 2008 habrían impuesto el austericidio y EE. UU. seguiría en crisis» (pág. 21). Afinando mucho, uno pensaría que lo que el columnista quiere decir es que el exceso de austeridad conduce al suicidio, es decir, a dar ese «paso al frente» al borde del abismo que los líderes, caudillos o conductores europeos parecen empeñados no en dar, sino en que demos los demás. Pero si suicidio es la acción de «quitarse la propia vida», austericidio ha de significar por fuerza «eliminación de la austeridad», como vegacidio es la «eliminación o exterminio de la vega». No tenemos austericidio, no; solo idiomicidio, que es otro perfil más del culturicidio a que nos llevan los recortes, pretendidamente ennoblecidos so capa de austeridad. ¡Ya quisiéramos que los sastres que tan bien manejan las tijeras fueran austericidas!
Pero de los eufemismos hablaremos otro día. Entre tanto quedamos a la espera de que algún político o columnista, descarriado del rebaño, acabe empleando en sentido propio la palabra austericidio, tan «sonsacada y destraída» como Sancho ante el ama.
¡Qué alivio! Por un momento he llegado a pensar, al ver entrar a los republicanos usamericanos, que se hablaba del homicidio de Paul Auster…