Halla es del verbo hallar, claro, y causa rubor tener que recordarlo. A través del antiguo fallar, nos vino del latín afflare, ‘soplar hacia algo, rozar con el soplo o el aliento’. Cicerón nos dejó la suavitatem odorum, qui afflarentur e floribus (De senectute, 17,1), y fue esa «suavidad del perfume que exhalaban las flores» la que invitaba a ‘rozarlas con el aliento’, es decir, a ‘olerlas’, a ‘olfatearlas’. Corominas resume con precisa sencillez el salto al significado actual: «…de ahí pasaría a significar ‘oler la pista de algo’ y finalmente ‘dar con algo, hallarlo’». Hallar.
Haya, en cambio —aparte de un árbol, no infrecuente en el Quijote—, es del verbo haber, y solo la pérdida de la «articulación tradicionalmente lateral y palatal» de la ll, y su confusión continua y no virtuosa con el «fonema consonántico palatal y sonoro» representado por la y, ha sido piedra de tropiezo permanente de estudiantes, que con rara armonía escriben halla. Y —¡ay!— también algunos autores y editores.
Sí: causa rubor tener que recordarlo. Nos burlamos, y no sin mucha causa, de las frases artificialmente artificiosas que prodigaba Miranda Podadera en su Ortografía práctica para los «temas de palabras homónimas y parónimas», oraciones del tipo: «Advierte con afabilidad a la rubicunda aya que, a fin de evitar que a deshora de la noche haya una desgracia irreparable, no vaya tan a menudo con el imberbe Jerónimo por los alrededores de la improvisada valla que se halla situada más allá de la muralla de nuestra invicta villa». Sí, hay para burlarse. Sin embargo, hace pocos meses se publicó la Poesía completa de Emily Dickinson, una empresa encomiable por todos los conceptos, un esfuerzo editorial que (casi) nada podrá oscurecer. Pero es una lástima que en una obra de esta envergadura (1.789 poemas, más de mil páginas), solo en la primera parte no se haya salvado un solo haya. En las trescientas primeras páginas hallo concentrado este jardín de margaritas:
… allende la luna halla pasado (F-2)
… hallan marchado allende el sol (F-8)
Antes de que halla hielo en los estanques (F-46)
Cuando hallas acabado, dímelo, por favor (F-64)
¡Puede que aún halla Tierra! (F-65)
Tal vez halla cambiado “el Reino de los Cielos” (F-117)
… y yo halla terminado de preguntarme por qué (F-215)
Tal vez tú lo hallas visto (F-424)
(Etcétera. De «enjuagar una lágrima» [F-2] prefiero no hablar. Ya lo hicimos aquí mismo en su día).
No sé si la unánime errata (que error decir no oso) se remonta o no al traductor. Quiero imaginar que sí. En todo caso el editor es responsable, por lo menos, de no haberlo detectado y advertido. Oportet et haereses, «hacen falta disidentes», escribió Pablo de Tarso en el siglo I (1 Cor 11,19). No solo disidentes: veinte siglos después, si no podaderas, siguen haciendo falta correctores.
Me presento con mucho retraso. Soy el traductor que ha perpetrado el error de los «halla» en los poemas de Dickinson. Me disculpo humildemente y me avergüenzo, pero estoy contento y agradecido al mismo tiempo. El dilema de los «haya-halla», que siempre me ha atormentado, lo resolví en su momento con la solución fácil de «haya: árbol; halla: forma verbal» y así he tirado inocentemente. No volverá a suceder, como dijo el rey.
Luego viene el siguiente error: el de la editorial, por no corregirlo. Pero ya sabemos: las ediciones de poesía son tan cortas… y la cosa se encarece.
Aprovecho la oportunidad para un nuevo agradecimiento. He leído otras entradas del blog y me parece que están muy bien ,que son de una gran agudeza y erudición.
Estimado señor Goicolea:
Agradezco sus palabras, y casi me arrepiento de las mías, cuya intención no ha sido otra que desear que tan ingente trabajo se reimprima, y sin lunares. Aunque también sé lo que dijo el bachiller Sansón Carrasco, a saber, «que si aliquando bonus dormitat Homerus, consideren lo mucho que estuvo despierto, por dar la luz de su obra con la menos sombra que pudiese; y quizá podría ser que lo que a ellos les parece mal fuesen lunares, que a las veces acrecientan la hermosura del rostro que los tiene; y, así, digo que es grandísimo el riesgo a que se pone el que imprime un libro, siendo de toda imposibilidad imposible componerle tal que satisfaga y contente a todos los que le leyeren» (II,3).
Espero que mis deseos se cumplan y tengamos la fortuna de ver reimpreso el generoso volumen. Y sigo pensando que no estaría mal que los editores en general vigilaran un poco los textos que publican. Por ejemplo, tratándose de verso, ese (mal) hábito, procedente del Word, de justificar los versos al centro en vez de en bandera como es lo establecido.
Ha sido un placer hablar (siquiera por escrito) con usted.