Como albaricoque, glamour ha sufrido un extraño recorrido, aunque no tan raro si se tiene en cuenta el poder de la lengua del imperio y el papanatismo de la moda, que llevó a poner apóstrofos y eses en bares, tiendas y mercados. Es otra forma de la S y el clavo del barroco: pero no hay esclavo más compasible que el que no sabe que lo es.
Glamour es palabra inglesa, como todo el mundo sabe. El DRAE la define como «encanto sensual que fascina». Tanto fascinan alfombras y pasarelas, que hemos olvidado que ni siquiera es palabra inglesa, sino latina: clamor -oris, que también significa ‘aclamación’ y ‘aplauso’. El propio inglés tiene glamor, por si hubiera alguna duda.
Pero los genios del periodismo glamouroso o glamuroso, que traducen apresuradamente y mal, lo ignoran, y ya han inventado el adjetivo glamoroso, extrayéndolo de las canteras del glamour. Si su ceguera para la lengua y su sordera para los sonidos los hubiera llevado hasta ensordecer la g inicial, el adjetivo habría vuelto al punto de partida. Porque si glamour viene de clamor, glamoroso es al fin y al cabo nuestro propio clamoroso, solo que con más glamour.