En un cuento del argentino Marco Denevi, el titulado «La noche de los amigos», podemos leer lo siguiente: «“El que es muy fetén es un poeta joven de La Rioja, creo, no sé, o de Catamarca, un tal Fausto de la Salina. Una vez leí unos versos suyos en un diario del interior y me volví loco”… Ismael Shagur desconoce el lunfardo porteño, pero no ignora qué significa el arabismo fetén». Es un cuento extraordinario: en él sale Borges, y casi podría haberlo escrito él. Un día de estos traeremos a Denevi al angulo cum libro.
Ya está dicho. Nadie ignora lo que significa fetén. Pero su etimología no está clara. El DRAE lo define como ‘bueno’, ‘estupendo’, ‘excelente’, y también ‘sincero’, ‘auténtico’, ‘verdadero’, ‘evidente’, pero no se pronuncia sobre su etimología. Marco Denevi recoge una opinión, generalizada en Argentina, según la cual pertenecería al «lunfardo porteño», y otra que la hace proceder del árabe fatána = ‘encantador’. Ninguna es definitiva.
Naturalmente no figura en diccionarios anteriores al siglo XX, como tampoco en textos literarios. Pero a fines del XIX empieza a colarse en la literatura. Uno la imaginaría típica de Arniches, y la tiene: de hecho, Manuel Seco, al analizar su vocabulario, cita, por ejemplo: «San Mateo, que es el evangelista más fetén de toa la Historia Sagrá» (Arniches y el habla de Madrid, Alfaguara, 1970, pág. 372). Pero también la encontramos en Usted tiene ojos de mujer fatal, una obra de Jardiel del año 32, y hasta se permite el lujo de esdrujulizarla:
«Adelaida.—Pero, ¿la verdad fetén?
Sergio.—La verdad fetenísima».
(OC, I, Barcelona, AHR, 1973, pág. 600)
Jardiel volverá a repetir en Eloísa está debajo de un almendro, esta de 1940: «Oiga usted, ¿pero eso de San Sebastián era fetén?» (OC, II, pág. 297). Luego la vimos un par de veces en El Jarama (1956), dos o tres en Tiempo de silencio (1961), hasta que estalló en el Diario de un emigrante, que es del año 58: allí Delibes la utiliza más de 50 veces. Tampoco Zamora Vicente la desdeñó en A traque barraque (1972), donde aparece una docena.
En busca de su etimología, José María Iribarren nos remite a la Introducción a la lexicografía moderna, de Julio Casares, el autor del famoso Diccionario ideológico, para justificar su procedencia del caló (El porqué de los dichos, Pamplona, 1994, pág. 268). Pero Casares, en el apartado dedicado a «El caló» —que describe como «un verdadero lenguaje natural, patrimonio hereditario de un pueblo disperso, pero de caracteres étnicos bien definidos», y entiende «por caló lo que conservan los gitanos peninsulares de su antiguo dialecto indoeuropeo»—, no se pronuncia del todo. Lo que dice realmente es que «en el supuesto [subrayo] de que fetén y chipén, por ejemplo, sean de origen gitano, no bastaría indicarlo sin más, como hace nuestro Diccionario en casos análogos; convendría decir que los étimos respectivos son feté(r) “lo mejor”, y chipé, adverbio de afirmación equivalente a “así es en verdad”». Una nota añade que feté(r) «es un comparativo formado con el sufijo indoeuropeo -tar. La n de la forma usual fetén es de origen andaluz, como la de mejón (por “mejor”)» (Madrid, CSIC, 3ª ed., 1992, págs. 273-275).
Una palabra fetén, ya se ve, y una etimología difusa. Como diría el Agustinillo de Lauro Olmo, «Me parece fetén, chicos» (La camisa, Cátedra, pág. 152).