Aunque hoy tocaba naranja, dado que el día 8 de Marzo es el Día Internacional de la Mujer, una paciente lectora sugiere que escriba «sobre algún término relacionado con la mujer, lo femenino…». Y pensé: «¿Qué mejor palabra que la propia fémina?»
Fémina es una palabra tan latina que ni siquiera ha sufrido modificación. Femina, en latín, procedería del inusitado verbo feo, de cuyo participio fetus (‘lo fecundado’) salieron fetus (el ‘feto’), fenus (la ‘usura’, el ‘lucro’: el usurero es un tipo que sabe muy bien cómo fecundar el dinero), y naturalmente femina (‘fémina’).
Pero ‘fémina’ es la palabra culta. Porque femina, evolucionando según los hábitos de nuestra lengua, dio también fembra < hembra. En el Arcipreste podemos hallar estos versos:
«Como dice Aristótiles, cosa es verdadera:
el mundo por dos cosas trabaja: la primera,
por aver mantenencia: la otra cosa era
por aver juntamiento con fembra placentera» (Libro de buen amor, 71).
Lo curioso es que mujeriego no procede de aquí, sino de mulier, de donde nos vino mujer. Isidoro de Sevilla supone que al «femellarius, aficionado a las mujeres, los antiguos le daban el nombre de mulierarius» (‘mujeriego’). La etimología de mulier es confusa: Isidoro, con su pintoresca fantasía etimológica, imaginaba que venía «de mollities [‘molicie’, ‘blandura’, ‘suavidad’], como si dijéramos mollier; suprimiendo o cambiando una letra, da el nombre de mulier»; en cambio, el filólogo alemán Wilhelm Freund (1806-1894) la hacía derivar del griego myllás (que los griegos usaban con el significado de «ramera»). Todo niebla y conjetura. Lo único seguro es que, mientras en Cicerón mulier significaba «mujer», a Plauto le servía para llamar «gallina» a un cobarde, y para Plinio era la hembra del caballo, es decir, la yegua. ¡A ver si resulta que va a tener razón el Génesis y viene de «costilla»! Preferiría la mitad de una naranja, o incluso de una mandarina, como decía el zapatero filósofo de Arniches señalando a la Nicasia: «Mi media mandarina».
Mujer, fémina. Siempre he dicho que las palabras son inocentes, pero que el uso, o el abuso, puede convertirlas en cuchillos. También suavizar sus filos. No hace tantos años la palabra fémina solo era tolerable en el lenguaje achulapado de Arniches: fuera de ahí tenía un matiz burlesco o despectivo. Hoy, con la irresistible ascensión del protagonismo de la mujer y la repetición sistemática de tanto locutor obsesionado por la sinonimia, la palabra ha salido del armario de la burla, y han sido las propias mujeres quienes, a fuerza de usarla, la han desprovisto de su hierro. Así se hace la lengua.