Por circunstancias que no vienen al caso, he tenido que leer recientemente El crimen de Sylvestre Bonnard, de Anatole France. En la primera línea hallo esta perla: «Enjuagué mis ojos empañados por una lágrima que les arrancó el viento…». El original dice: J’essuyai une larme…, etc. Cualquier diccionario francés-español elemental trae hasta la frase hecha: essuyer les larmes: ‘enjugar las lágrimas’. Mientras don Silvestre Bonnard se enjuagaba los ojos, yo me enjugué los míos y, a punto de barbotar cierto palabro, me enjuagué la boca y proseguí.
Enjugar viene del latín tardío exsucare, ‘dejar sin jugo’. (De succus, o sucus, nos ha venido por supuesto jugo, y cuando Quintiliano dice de un orador que es exsuccus, quiere decir que tiene poco jugo, es decir, que es ‘árido’, ‘nada ameno’, un peñazo, vamos). ‘Dejar sin jugo’, pues. Hasta el DRAE, que define enjugar como ‘limpiar la humedad que echa de sí el cuerpo, o la que recibe mojándose’, trae entre otros ejemplos los de ‘enjugar las lágrimas, el sudor’, pues no parece sino que el verbo enjugar esté lexicalizado con las lágrimas. En el Persiles, «Auristela…, viéndole desmayado…, le enjugó las lágrimas» (II,4), y, en el capítulo siguiente, el narrador supone que «no faltará quien disculpe sus lágrimas y aun las enjugue, como hizo Auristela». En las Sonatas de Valle, tanto «la pobre Concha» como la Duquesa de Uclés o la Marquesa de Tor se enjugan una lágrima o las lágrimas cuando la situación lo pide (véase, por ejemplo, las de otoño e invierno en la col. Austral, 1998, págs. 82, 95, 164, 209). Otra cosa que también se enjuga mucho es el sudor de la frente. Y ahora que estamos en época de crisis y desahucios, incluso se enjuga un déficit o una deuda cuando se extingue o se cancela.
Pero enjuagarse es otra cosa. Enjuagar (del latín vulgar exaquare, ‘lavar con agua’) tiene en su raíz el componente agua; solo que una metátesis intempestiva corrompió el agua de la forma primitiva enjaguar —es decir, ‘limpiar con agua clara lo enjabonado’, ‘limpiar la boca’—, hasta convertirla en la actual enjuagar. Un juego de palabras en El vergonzoso en palacio de Tirso conserva la forma original: «ninguno al enfermo quita / el agua que no permita / siquiera enjaguar la boca» (vv. 1157-59). Corominas lo recuerda, añadiendo que «enjaguar aparece en Tirso, Huerta y Lope, donde enjagua rima con agua y fragua». También Quevedo la lleva a su Buscón: «…pidió que le dejasen enjaguar la boca con un poco de vino» (I,4), y Gracián al Criticón: «“Déjame siquiera enjaguar —replicó Andrenio—, que estoy que perezco”. “No hagas tal, que el enjaguar siempre fue reclamo de beber”» (I,7). Una página después detalla Gracián los «monstruosos efectos» y «prodigiosas violencias» que «causó aquel venenoso licor en los que… llegaron a tomarle en la boca y enjaguarse».
Pero venció la metátesis que trastrocó el agua, y hoy nos enjuagamos las manos y la boca, e incluso todo el cuerpo, como aquel personaje de Conversación en La Catedral, que «se jabonó, se enjuagó en la ducha con agua fría, se peinó y pasó desnudo al dormitorio» (II,8, Seix Barral, 1969, pág. 344). Y si por azar la ducha está tan fría que nos hace llorar como si peláramos cebollas, sequémonos pronto con una toalla previamente templada en el radiador, y desde luego enjuguemos esa furtiva lágrima, pero ni se nos ocurra enjuagarla, si no queremos sucumbir a otros enjuagues y prevaricaciones del lenguaje.