Recientemente hemos tenido noticia de que el Lazarillo de Tormes podría dejar de ser anónimo para convertirse en probable obra de Diego Hurtado de Mendoza. Lo certifica así la paleógrafa Mercedes Agulló tras una exhaustiva investigación en la que ha encontrado una prueba legítima, un documento en el que se unen el supuesto autor y la obra.
Ni qué decir tiene que este hallazgo supone un dato sumamente relevante para la historia de la literatura española, al darnos la posibilidad de referirnos a la que los expertos consideran la primera novela moderna despojándola del anonimato.
Pero he ahí una reflexión, ¿cuántos años serían necesarios para que una obra tan asociada a la ausencia de autor conocido fuera inmediatamente asociada a un nombre concreto? Estamos seguros de que Mercedes Agulló y su incansable rastreo entre inventarios de libros y bibliotecas de la época han alcanzado un alto nivel de certeza, pero incluso esta prestigiosa paleógrafa sabe que no basta con eso, sino que ahora es necesario el criterio de los expertos y la afirmación unánime de que el La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades fue fruto de la pluma de Hurtado de Mendoza. Cosa nada fácil dada la larga lista de candidatos que han aspirado a la autoría de esta obra mayúscula a lo largo de la historia.
Además, aunque la opinión fuera unánime y probada, surge una pregunta inquietante: ¿Cuántos años tendrían que pasar para que las personas no contestaran «anónimo» de forma espontánea al ser preguntados sobre quién fue el autor de El Lazarillo de Tormes? ¿Cuántas generaciones deberían leerlo en sus libros de texto para que la atribución fuera asimilada de forma general?
He ahí la cuestión de respuesta tan indefinida como: tiempo, mucho tiempo y una seguridad tan absoluta que quizás sólo podría alcanzarse con el hallazgo de un manuscrito rubricado.