«Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él». No veo a Belén Esteban firmando esta frase, por lo que confiaremos en que fuera Swift.
Leo en el prólogo de La conjura de los necios cómo Walker Percy llegó de manera indirecta al manuscrito de John Kennedy Toole. Fue una buena señora (la madre del ya fallecido autor) la que le insistió para que lo leyera y la tenacidad acabó teniendo su recompensa. Comenzó a devorar un libro que jamás olvidaría.
Escribió Percy textualmente: «…no tenía salida; sólo quedaba una esperanza: leer unas cuantas páginas y comprobar que era lo bastante malo como para no tener que seguir leyendo. Normalmente, puedo hacer precisamente esto. En realidad, suele bastar con el primer párrafo. Mi único temor era que esta novela correcta no fuera lo suficientemente mala o fuera lo bastante buena y tuviera que seguir leyendo…». Y así fue.
Lo pensaba y en el fondo es algo por lo que todo editor desearía pasar alguna vez en su vida. Pero no sucede. Suele ocurrirles a los demás. ¿Por qué a mí no me llega un original de ese calibre? ¿Por qué esa magia tan caprichosa no me visita una mañana de lunes? Difícil respuesta.
Mientras tanto, uno se conforma con no perder los estribos analizando y corrigiendo textos que vienen firmados por «la Esteban», aunque nuestro punto onírico siga esperando que sea el padre de Gulliver el que le contacte.