
Cuando los desahucios están a la orden del día y al desorden del orden establecido, bueno será hacer una breve excursión por el origen latino de esa ‘acción y efecto de desahuciar’ y su largo recorrido.
Desahuciar (de des– y ahuciar) tiene en su raíz el verbo latino fiduciare, que —de fiducia, ‘confianza’— significaba ‘avalar’ o ‘dar en prenda’: una forma de ‘dar confianza’. De fiduciare salió el verbo castellano afuciar y su compañero afiuciar. A fiuzia, ‘confianza’, frecuente a finales del siglo XIV en el Rimado de Palacio de López de Ayala, ya hacia 1535 Juan de Valdés, en su Diálogo de la lengua, la consideraba arcaica: «…y por mejor tengo confiança que fiuzia ni huzia» (Cátedra, pág. 199), aunque la Biblia de Ferrara (1553), por ejemplo, siguiera empleándola sistemáticamente.
El verbo afuciar, recogido todavía hoy en el DRAE como «desusado», ya lo consideraba «anticuado» don Gregorio Mayans y Siscar —precisamente el primer editor del Diálogo de la lengua—. En los Orígenes de la lengua española (1737) escribía: «Hay total diferencia entre las palabras anticuadas y las no frecuentadas. Las anticuadas son aquellas que se dejaron de usar después que en su lugar se sustituyeron otras, usando de estas y no de aquellas. Así decimos por afruenta, afrenta; por afuciar, esperanzar», etc. Sin embargo, Rafael Lapesa, en la primera edición de su Historia de la lengua española, afirmaba que en Granada «es notable que sigan vigentes palabras antiguas que recuerdan el español medieval o el de Santa Teresa, fray Luis de León y Cervantes: afuciar ‘amparar, proteger’… etc.» (Madrid, Escelicer, 1942, pág. 243). Pero la frase fue desapareciendo en las sucesivas ediciones de Gredos, hasta llegar a la definitiva de 1981.
El paso siguiente fue ahuciar, definido aún en el DRAE como ‘esperanzar o dar confianza’. A principios del siglo XVI la palabra no era desconocida de los autores dramáticos Lucas Fernández, Torres Naharro y Juan del Enzina. Este último, en la Égloga de la Natividad, escribe «no te ahuzio» (v. 144), en el sentido de ‘no te creo’ o ‘no confío en ti’: «no me das confianza». Y Torres Naharro, al principio de la jornada IV de su Comedia Trophea, hace decir lo mismo a Juan Tomillo:
Y estas negras presunciones
compañero,
juro a mí, si van de vero,
no te creo ni te ahuzio.
Pues bien, no hubo más que poner el prefijo des– a este ahuciar para llegar al desahuciar que nos define el DRAE como ‘quitar a alguien toda esperanza de conseguir lo que desea’; o, dicho de un médico, ‘admitir que un enfermo no tiene posibilidad de curación’; o, en fin, dicho de un dueño o de un arrendador, ‘despedir al inquilino o arrendatario mediante una acción legal’. Y así hemos llegado a la segunda década del XXI, famosa por sus desahucios.
El desahucio no es nuevo. En Misericordia, Galdós tuvo «no pocas dificultades para evitar un desahucio vergonzoso: todo se arregló con la generosa ayuda de Benina, que sacó del Monte sus economías, importantes tres mil y pico de reales, y las entregó a la señora» (cap. 7). Tal cual. En cambio, el Plácido Estupiñá de Fortunata y Jacinta se lamentaba: «Me deben cinco meses. ¡Ay, qué gente! Si la señora me dejara, ya les habría puesto los trastos en la calle; pero mi ama es así, no quiere desahucios. “Por Dios, Plácido, no les eches… Los pobrecitos ya pagarán; es que no pueden”. “Pero, señora, con que me dieran lo que gastan en aguardiente y lo que se dejan en la pastelería de Botín…”» (IV, 4,1). La actualidad no llega a tanto: este Botín no es el otro.
Porque es el caso que, mira por dónde, son los bancos que desahucian quienes deberían haber sido desahuciados. Se jugaron nuestros dineros en sus bingos particulares, y en vez de haber respondido con sus posesiones y avales, en vez de haber sido embargados y desahuciados «mediante una acción legal», se buscaron todos los reales del Benigno Estado para salvar el corazón del sistema: el corazón delator.
Desde aquella lejana etimología, en todo desahucio hay un componente de desconfianza y sin duda razones para ella. Otro miembro del sistema acreedor de desahucio es el político. Y pues el PPSOE es un bipartido con fisonomía de Jano, dos caras muy parecidas y solo aparentemente opuestas, que solo se miran para acuerdos como no tocar la ley electoral, ni las prebendas diputadas por suyas, o hacer una ley de desahucio, desahuciada antes de salir por acomodaticia y vergonzante; ya que el PPSOE ha perdido nuestra confianza, si alguna vez en nuestra inocencia se la dimos, merecen ser desahuciados del gobierno, dado que ya no nos ahucian, esto es, ni nos «esperanzan ni nos dan confianza». Y es lo peor que quizá estén doblemente desahuciados, pues los médicos empiezan a dudar de sus «posibilidades de curación». ¡Desahuciados! Pero es el ciudadano quien sufre las consecuencias del desahucio, pues está más que demostrado que los profesionales de la política no suelen ser los más aptos ni los más sanos, pero sí saben ser los más aprovechados.