Clepsidra - Oportet Editores

Clepsidra

20 febrero, 2012

Un lector bienhumorado me reprocha que, en el rincón anterior, al intentar descifrar la etimología de la palabra reloj, haya entreabierto otra puerta sin cerrarla. Se refería al paréntesis abierto a propósito de clepsydra: «otra palabra griega que aludía al discurrir furtivo de las aguas».

No fue casual el adjetivo. Porque la propia palabra clepsidra, además de ydros [= que no solo significaba agua a secas, sino el agua que medía el tiempo de los oradores como los cronómetros el de los ajedrecistas], tiene en su raíz el verbo clepto [= ‘robar’]. Como si todo reloj nos robara con el agua el tiempo que ella simboliza. En Tres tristes tigres, Cabrera Infante vio así la conjunción de agua y tiempo: «El mar es otro tiempo o el tiempo visible, otro reloj. El mar y el cielo son las dos ampollas de un reloj de agua: eso es lo que es: una clepsidra eterna, metafísica».

Como el agua, el tiempo furtivo y huidizo. Quevedo lo había dicho en un memorable soneto: «¡Cómo de entre mis manos te resbalas…!». También en el adjetivo furtivo anda enredando la misma cleptómana raíz, en este caso latina. Porque «furtivo» sale de furtum [= ‘hurto’] y este de fur [= ‘ladrón’]. El tiempo, como el río de Heráclito, ladrón de edades, de belleza, de vida. Pablo de Tarso (1Tes 5,2.4) y el desconocido autor del Apocalipsis (3,3) advirtieron que el día del Señor, el fin del tiempo, vendría «como un ladrón» (tamquam fur). Francisco de Rioja acabaría resumiéndolo en dos endecasílabos:

«Como se van las aguas de este río
para nunca volver, así los años».