Si la mejor prueba para sentirse vivo es poner en funcionamiento nuestros sentidos, París es la ciudad donde uno puede recrearse en ese sentimiento. Eso debieron pensar en su día los escritores célebres que de una u otra manera decidieron elegir la capital francesa como última morada y lugar donde descansar para siempre, unos por ser su lugar de origen o residencia y otros, por decisión personal.
Resulta curioso planificar un viaje a París y no poder olvidar en el itinerario la visita de, al menos, un par de cementerios. El más célebre y grande, Père Lachaise, se encuentra en el 20 arrondissement y cuando fue abierto en 1804, no contaba con la simpatía de los ciudadanos parisinos, que no querían ser enterrados a las afueras. Sin embargo, el traslado de las tumbas de Molière, La Fontaine y los amantes Abelardo y Eloísa, le dio un giro a esta idea.
Desde entonces, se puede pasear por este parque-cementerio gigantesco con un imprescindible plano en la mano para no perderse entre las incontables divisiones, y rendir homenaje a los grandes escritores, entre ellos, los ya mencionados Molière y La Fontaine.
Si hay una tumba querida por propios y extraños en el mundo, esa ha de ser la de Oscar Wilde, que murió en París, ciudad a la que se exilió en 1897 tras el vapuleo al que le sometió la sociedad inglesa, en 1900. Su tumba está cubierta de besos marcados con pintalabios rojos, flores y notas.
Un escritor nacido en Tours yace en Père Lachaise. La tumba de Honoré de Balzac, escritor realista del XIX por excelencia, está presidida por un busto del escritor, al que la sociedad parisina también puede rendir tributo mediante la escultura que le fue encargada a Auguste Rodin.
Precisamente delante de esa escultura de Rodin en honor a Balzac, está tomada la foto de la pareja Sartre-Beuvoir, que también están enterrados en París, pero en otro escenario: el Cementerio de Montparnasse.
Este cementerio se encuentra en el 14 arrondissement, en el Boulevard Edgard Quinet y cuando fue creado en 1824, se le conocía como Cementerio del Sur.
Aquí reposa Julio Cortázar, en una tumba «blanca como la nieve» como puede indicarte alguno de los operarios del cementerio, y que tiene un hueco que puede llegar a convertirse en un auténtico pozo de los deseos. Es irresistible dedicarle un cronopio, una rayuela o un gitanes.
París es la cuna de los poetas malditos, como Baudelaire, enterrado en familia y con una sepultura rebosante de flores y dedicatorias de agradecimiento.
Marguerite Duras, nació en la Indochina Francesa y falleció en París en 1996. Resulta sorprendente comprobar cómo la piedra que cubre sus restos, además de extremadamente sobria, parece muchísimo más antigua.
Si Père Lachaise tenía a Wilde, en el Cementerio Montparnasse reposa otro irlandés: Samuel Beckett, discípulo de James Joyce y Nobel de literatura en 1969, que falleció en París en 1989, tan sólo 5 meses después de que lo hiciera su esposa.
Una americana en París. Susan Sontag nació y murió en Nueva York, pero decidió ser enterrada en esta ciudad y en este cementerio. Su entierro, tal y como lo cuenta la crónica de El País fue simple y elegante, como lo es también su tumba.
Son muchos los escritores que culminada su vida, reposan para siempre en París, y una vez conocida esta ciudad, a nadie han de extrañarle este tipo de decisiones.