
Carta I: Donde se reanuda un asunto que quedó pendiente hace ya algunos años
Estimado capitán Crespo:
Permítame comenzar diciéndole que no sé cómo debo dirigirme a un difunto navegante, pero deseo que conste que lo hago con respeto y hasta con cierto temblor de manos, mezcla de emoción y de admiración por su coraje. Ahora sé que su vida, como la de tantos de sus compañeros de la Armada en aquellos años de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, no fue nada fácil.
Sea como sea, si le escribo estas líneas no es porque crea yo en fantasmagorías y piense que se me va a aparecer usted con sus hechuras desdibujadas y sobrevolando un olivar, como si avanzara el dañino cierzo cualquier día de invierno. Y digo un olivar ―aunque podría haber dicho una isla volcánica o el mismísimo centro de un océano o hasta un torbellino polar―, porque en algún momento volveremos a la tierra en que tuvo usted su cuna.
Le escribo porque, aunque haya tardado uno mucho en tener una idea más precisa de quién había sido el capitán Crespo, la búsqueda ha acrecentado la alegría de poder atar algunos cabos sueltos sobre su existencia.
Y también lo hago porque, tal día como hoy, un 20 de marzo, pero de hace 150 años, un escritor francés ―al cabo muy célebre, pero que ni siquiera había nacido cuando usted emprendió su última travesía― comenzó a publicar una novela a la que dio por título Veinte mil leguas de viaje submarino. Estoy seguro de que le habría hecho ilusión saber que ese autor contribuyó a que el apellido Crespo, que le legó a usted su señora madre, se haya imprimido en tantas ediciones y traducciones de esa obra en todo el mundo.

Para ser sincero, desde que comencé a sospechar sobre la realidad de su existencia y que no era una criatura meramente imaginada por un escritor, ha venido haciendo apariciones intermitentes en mi vida, capitán. Esto es algo que no me extraña a mí, que soy consciente de mi tendencia a encariñarme con los borrosos contornos de algunos relatos; pero tampoco debería extrañarle a usted, que hizo que su testimonio sobre algunos parajes columbrados entre las nieblas de aquel legendario océano Pacífico acabaran descritos y dibujados en informes oficiales y asentados puntualmente en cartas náuticas de varias naciones de navegantes. (Dicho sea de paso y entre nosotros, sepa que Castroforte del Baralla, mítico lugar en que las nieblas alcanzan poderes sobrenaturales, no llegaría hasta mucho más tarde a la literatura española).
Si le parece, iremos hablando de estas y otras cosas en estas cartas en las que muy probablemente el remitente será siempre el que esto escribe, pero quién sabe… cuando uno se convierte en una leyenda como la del capitán Crespo, todo puede ocurrir.
Reciba un cordial saludo.
Miguel Á.
Navarrete