Arramblar

El DRAE define arramblar de este modo: «Dicho de un río, de un arroyo o de un torrente: Dejar cubierto de arena el suelo por donde pasa, en tiempo de avenidas», y por extensión, «arrastrarlo todo, llevándoselo con violencia».

Y es que arramblar viene de rambla, el ‘lecho natural de las aguas pluviales’, palabra tomada del árabe rámla, ‘arenal’, y que, según Corominas, ya aparece en un documento murciano de 1286. Azorín recoge rambla y ramblizo en el capítulo «Ventas, posadas y fondas», de Castilla: «…pasemos adelante; caminemos por un ancho, seco y arenoso ramblizo; a un lado y a otro descubrimos bajas laderas yermas y amarillentas; nuestros pies marchan sobre la arena de la rambla y los guijos redondeados y blancos» (Barcelona, Labor, 1973, pág. 99).

Covarrubias, en su sabroso castellano, describía así la rambla: «Es lo mesmo que arenal. Diego de Urrea dice ser nombre arábigo, y en su propia terminación remeletum, nombre plural, del singular remlum, del verbo remele, que significa ‘perder la cuenta’, porque las arenas no se pueden contar; de ahí se llamó en Granada la puerta de Villarrambla, y la rambla que es el arenal. Arramblado, lo que alguna creciente ha henchido de arena». En este sentido hallamos arramblar en Fray Luis de León: «Y la avenida anegará las plantas y el polvo de la tierra, esto es, arrancará las plantas y arramblará la tierra, como suelen decir» (Exposición del libro de Job, 14,19). El Diccionario de Autoridades añade un comentario pintoresco: «Natural passión es en el hombre la ira, borrasca que rompiendo sus márgenes a la razón, lo arrambla todo, y pone en peligro».

Solo en tercer lugar aparece el otro significado de arramblar, el más conocido y usado hoy, a saber: «Recoger y llevarse con codicia todo lo que hay en algún lugar». Este significado derivado empieza a adquirir carta de naturaleza en el siglo XIX. Emilia Pardo Bazán lo usa en La Tribuna (1882): «El mayorazgo arrambló con todo, ¿eh?, mimos y hacienda, y a él le quedó un palomar viejo y la memoria de las azotainas…» (cap. 19); y Pérez Galdós en El abuelo (1897): «A condición de que hagamos comprender a la Condesa que es una triste gracia arramblar con las niñas» (Jornada V, esc. 1ª). Con todo, Galdós todavía vacila en el uso de la preposición, y usa por, en vez de con, en El doctor Centeno (1883) por ejemplo: «Allí no estaba seguro ni el triste pedazo de pan de cada día, porque a lo mejor arramblaba por él el primer advenedizo» (VI,1), y también en Misericordia (1897): «Arramblaba por todo, fuera poco, fuera mucho… El demonio del chico hacía presa en cuanto encontraba, sin despreciar las cosas de valor ínfimo; y después de arramblar por los paraguas y sombrillas, la emprendió con la ropa interior» (cap. 8).

Todavía hay un estadio más. Fuera por confusión de la sonora con la sorda (b y p), fuera «contaminado por la familia de ramplón», como sugiere Corominas, el caso es que advino la forma arramplar, de connotaciones más vulgares. Y Eugenio Noel, que a fuerza de registrar hablas populares acabó acosando a los diccionarios y a sus usuarios, recoge arramplar en el mismo sentido: «…esas marranas que han estropeado al señorío y emporcado al pueblo entero y arramplan con todo» (Las Siete Cucas, Cátedra, pág. 93); y en pág. 235: «todos los maleantes, carasrotas de reyerta y quitapesares o camorristas de ganzúa, que vinieron de fuera para arramplar con el fortunón del viejo…». Una contaminación parecida la veremos otro día en rampa/rampla.

Pero el caso es arramblar. Y como ha explicado muy bien Naomi Klein, cuando cualquier tempestad, en forma de tifón o maremoto, convierte un territorio en una rambla, no tardan en llegar las aves rapaces del capitalismo del desastre para arramblar con el resto.

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