Adolecer es una prótesis del antiguo dolecer, que, como doler, procedía del verbo latino doleo, doles, dolere, ‘doler’, a través de ad y dolescere, un incoativo de doleo, solo conocido en la baja latinidad. En cambio doleo es muy clásico: en Plauto, el Congrión de Aulularia, tras haber sido molido a palos, sale gritando totus doleo: «me duele todo el cuerpo» (v. 410).
Dolecer ya no figura en el DRAE, aunque lo encontramos en la Historia general y natural de las Indias, de Gonzalo Fernández de Oviedo, cuya primera parte se imprimió en 1535: «Hecho esto, comenzaron los cristianos a dolecer, a causa de lo cual, requirieron al gobernador Cabeza de Vaca que se tornase al pueblo de la Asunción con mucha gente captivada» (BAE, Madrid, Atlas, 1992, II, pág. 385b).
Adolecer en principio significó ‘caer enfermo’, y es uno de esos verbos que Antonio de Nebrija (1441-1522) llamaba aumentativos: «Aumentativos verbos son aquellos que significan continuo acrecentamiento de aquello que significan los verbos principales de donde se sacan, como de blanquear blanquecer, de negrear negrecer, de doler adolecer» (Gramática sobre la lengua castellana, lib. III, cap. 10).
‘Caer enfermo o padecer alguna enfermedad habitual’, sigue siendo la definición del DRAE. De este significado da testimonio José de Valdivielso, en su Romancero espiritual («Clásicos Castellanos», Espasa-Calpe, 1984, pág. 346):
¿No es médico más mejor
el que puede (claro es)
curarla antes que adolezca,
que después de adolecer?
(Valdivielso, al que Valbuena Prat definió como «delicado lírico», fue también —no podemos olvidarlo— el Maestro que redactó una de las aprobaciones de la Segunda parte del Quijote, en la que decía que contiene «muchas [cosas] de honesta recreación y apacible divertimiento…, lo cual hace el autor mezclando las veras a las burlas, lo dulce a lo provechoso y lo moral a lo faceto, disimulando en el cebo del donaire el anzuelo de la reprensión»; escribió también la de las Ocho comedias y ocho entremeses, la del Persiles, en la que no sin melancolía pudimos leer que «de cuantos [libros] nos dejó escritos, ninguno es más ingenioso, más culto ni más entretenido; en fin, cisne de su buena vejez, casi entre los aprietos de la muerte, cantó este parto de su venerando ingenio»; y, finalmente, la «licencia» del Viaje del Parnaso, donde el propio Cervantes lo incluyó en el cap. IV, v. 405. Por cierto, en Cervantes no se halla adolecer en ninguna de sus formas).
Pero se puede estar enfermo de muchas cosas, y también de amor: la segunda lira del Cántico espiritual de Juan de la Cruz, que todo el mundo ha recitado alguna vez, dice precisamente:
Pastores, los que fuerdes
allá por las majadas al otero,
si por ventura vierdes
aquel que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero.
Con la preposición de adquiere ese significado expreso de padecimiento. Es lo que el DRAE define como ‘tener o padecer algún defecto’. Así lo usa Pereda en Sotileza: «Por entonces empezó tío Mechelín a adolecer de muchos achaques que a menudo le impedían salir a la mar, y aun le postraban en la cama» (cap. 14). Pero un uso depravado del lenguaje le ha atribuido un significado de carencia que no tiene. Así, cuando decimos que algo o alguien «adolece de muchos y graves defectos», no queremos decir que carezca de ellos, sino que en efecto, los tiene. Decir, como se oye algunas veces, que un político adolece de carisma, cuando se quiere decir que no lo tiene, es sencillamente una aberración y, lo que es peor, una tontería.
Por último, adolecer admite uso pronominal, con el significado de ‘compadecerse’ o ‘sentir lástima’. En este sentido todavía lo vemos en Gabriel Miró, que en Las cerezas del cementerio (1910) escribe: «La señora suspiró desde los profundos de sus entrañas. ¡Sí; apiadábase grandemente del extraviado sobrino; pero más se adolecía de aquel hogar de Almina, siempre en sufrimiento; y también mucho de Belita!» (cap. 19).
La semana pasada vimos a los ministros. Hasta podríamos adolecernos de ellos, si no adolecieran de tantas cosas…