«Me contaron de Cortázar una historia fantástica; la de esa biblioteca deshojada, volandera, en Italia. Viajaba con su mujer, Aurora, a mediados de los años cincuenta, en tren, y para no cargar con equipaje innecesario acostumbraban a comprar libros en las librerías de las estaciones, para los trayectos. Compraban un título que leían juntos, en general primero Julio, que cuando terminaba una página la arrancaba y se la pasaba a Aurora, sentada a su lado, que cuando acababa de leerla la arrojaba por la ventanilla». Tocar los libros / Jesús Marchamalo.
Esta preciosa imagen tiene que ver con los libros, sí, pero también y sobre todo, con el amor, con el romanticismo. El libro es soporte, transmisor, elemento tangible para la plasmación de historias, pensamientos, tan duradero como los tumbos de los antiguos monasterios y a la vez tan frágil como los libros de esta historia, de los que era arrancada cada hoja y puesta a merced del viento a través de una ventanilla de tren, de esta forma se puede decir que Julio y Aurora sembraban los campos italianos de letras.
Pero lo verdaderamente romántico de la anécdota está en el ritmo de lectura, en el compás que necesita una pareja para hacer algo tan difícil como compartir lectura, una tarea tan individual e íntima que consigue que esta imagen resulte casi inverosímil y a la vez, maravillosa.
Sabemos que Cortázar se casó con Aurora en 1953 y que se separaron en 1967. Julio se volvería a casar con la escritora canadiense Carol Dunlop; sin embargo, ésta falleció dos años antes que el escritor y volvió a ser Aurora la que acompañó a Cortázar en otro tren, esta vez muy diferente, el de la enfermedad que le llevó a la muerte en 1984.